Los avisos demoscópicos se suceden por todas partes: las encuestas en Austria dan como ganadora de las elecciones a la extrema derecha, con un 34% de los votos; la líder del Frente Nacional, Marine Le Pen, mantiene un consistente 26%, a menos de un año de las presidenciales francesas; el populista y antieuropeo UKIP entra, por primera vez, en el parlamento galés y en el ayuntamiento de Londres; Alternativa por Alemania, euroescéptico y contrario a la inmigración, alcanza el 15% y amenaza la existencia de la Gran Coalición germánica€ Un fantasma recorre Europa, el del populismo estatalista y antieuropeo, con tintes xenófobos. Y surgen dos preguntas: ¿Por qué? y ¿es reversible?

Los porqués parecen claros: Europa no ha superado los estragos causados por la crisis financiera y de la deuda, que puso en riesgo la permanencia en el euro de varios países periféricos. Una recuperación basada en un empleo de menor calidad, unida a un crecimiento de las desigualdades y a una pérdida de competitividad han causado un gran malestar, lo que ha facilitado el crecimiento de opciones que ofrecen soluciones simples a problemas complejos (y que son ´compradas´ por los sectores más castigados ante la combinación de recesión, deslocalizaciones y aumentos de la productividad, derivados de una mayor tecnificación).

Tampoco parece que esta situación vaya a cambiar a corto plazo, ante la falta de liderazgo europeo, por un lado (con riesgo de desintegración, si se oficializara el Brexit del Reino Unido) y la ausencia de voluntad reformista de muchos gobiernos (que no quieren agravar el enfado de sus opiniones públicas con medidas dolorosas, pero imprescindibles para mantener parte del bienestar perdido, ante la pujanza de zonas más dinámicas, como Asia). Así que no esperemos milagros.