Cada vez que Felipe González aparece en escena suena la marcha imperial. Está claro que es Darth Vader. Hace mucho tiempo, en una galaxia muy muy lejana, la fuerza se manifestaba intensamente en el corazón del dirigente socialista, y su lucha contra el Imperio supuso un triunfo en muchos aspectos para su planeta, que durante más de cuarenta años había sido sometido por el reverso tenebroso. Sin embargo, el joven Jedi fue absorbido por el poder del lado oscuro. Los años fueron colocándole una máscara negra en lugar del rostro y el que fuera azote de los poderosos iba a acabar convirtiéndose en la mano derecha del emperador (de qué emperador, no importa).

Mientras tanto, el Imperio había vivido años de una hipertrofia económica. Todos los planetas de la confederación se habían lanzado al desarrollo de sus fantasías más delirantes y solo algunas voces de la resistencia, arrinconadas en un melancólico rincón de la galaxia, se atrevían a vaticinar un negro porvenir. Como era de esperar, la borrachera fin de siglo no tardó en convertirse en la resaca del nuevo milenio y una gran crisis cayó sobre el Imperio como una suerte de guerra fría versión 2.0. Los destinados a sufrir esta amenaza fantasma eran los planetas más débiles. Pero iba a ser, precisamente, de uno de esos planetas, de ese planeta que se llama España, del que habría de surgir una nueva esperanza.

Recogiendo el legado de los viejos caballeros Jedi, el joven Pablo Iglesias consiguió rearmar la resistencia. Pero a medida que la insurgencia iba cobrando poder, el emperador y sus oligarcas comenzaron a sentirse incómodos en sus poltronas y no tardaron en reaccionar. El imperio contraatacó a través de campañas furibundas, a la vez que no cejaba en su empeño de reactivar la Troika (el equivalente a la Estrella de la Muerte; arma definitiva capaz de destruir planetas enteros).

No es difícil imaginar al joven Iglesias luchando contra el malvado Darth (González) Vader que en un momento de debilidad le confiesa melodramáticamente y con la voz de Constantino Romero, aunque con acento andaluz: «Pablo, yo soy tu padre».

El joven Jedi Pablo Iglesias y la resistencia, a la que cada vez se unían más grupos rebeldes, obtuvieron una nueva victoria en las elecciones generales. La galaxia se alineaba para que un nuevo gobierno fuera capaz de derrocar a las tropas imperiales. Pero González Vader aún era muy poderoso y consiguió que su partido, que tenía una oportunidad histórica para salir del lado oscuro, permaneciera en él, forzando así una nueva batalla electoral.

En la última escena de El retorno del Jedi, padre e hijo luchan por segunda vez intentando atraerse el uno al otro a su lado de la fuerza. Al final, obviamente, gana el hijo; el padre muere, porque como es sabido, la muerte del padre es la única forma que tiene la historia de avanzar. En la saga cinematográfica hay además un instante de redención y antes de su último aliento Darth Vader se arrepiente de todos sus pecados en brazos de su hijo. Pero el cine no es la vida. Nadie espera que Felipe González recupere de repente toda la conciencia histórica que ha perdido desde 1986, esa conciencia que aún conservan la inmensa mayoría de simpatizantes del PSOE a los que no les vale alinearse con Ciudadanos en una suerte de ataque de los clones contra Podemos. Muchos de los votantes del PSOE están pidiendo a gritos que su partido sea capaz de ocupar el espacio social que le corresponde, y más les valdría a los dirigentes socialistas escuchar esos gritos. La política es un campo de fuerzas siempre en disputa y si no lo ocupa el PSOE, van a ser sus mismos votantes los que acabarán encargándose de que ese espacio sea ocupado por una nueva esperanza.