La capacidad de pensar en las sociedades desarrolladas cada vez está más relegada al olvido. La inercia lo mueve todo, lo comúnmente aceptado es incuestionable, la divergencia de opinión justificada es prescindible, peligrosa y silenciable.

Sin embargo, la sociedad está denunciando unos hechos evidentes: el alarmante y acelerado deterioro de la calidad de las aguas del Mar Menor, causado por la sobreexplotación del entorno de este espacio único en Europa durante los últimos cuarenta años.

Es esencial que quienes toman las decisiones escuchen ese clamor de la sociedad de la que forman parte, y tomen decisiones conjuntas y consensuadas porque se trata de un Patrimonio Universal.

La biodiversidad del Mar Menor está conformada también por los seres humanos que lo habitamos y amamos. El equilibrio de este ecosistema se ha roto y la sociedad clama por el retorno a ese equilibrio. Los santuarios de la naturaleza son los únicos lugares que permitirán la supervivencia. La biodiversidad es lo que nos sustenta y protege frente a los impactos del cambio climático consecuentes de la actividad humana.

Los poderes públicos tienen una labor magnífica e indelegable en esta convivencia democrática. Cuando surgen actuaciones que no están respaldadas por el sentir colectivo ni por el conocimiento científico, sino que aparecen y desaparecen según el momento o se dan a conocer cuando ya han sido decididas, o hay un plazo límite inminente que cumplir, se abre una brecha tan grande que resulta difícil pensar que todos y todas formemos parte del mismo proyecto de vida y que tengamos la misma obligación de legar vivo el patrimonio natural.

Los Santuarios de la Naturaleza son sagrados, lugares en los que encontrarse. A ellos acudimos cuando nada nos llena ni da respuestas. La resilencia de una sociedad y su medio se mide por el grado de conexión entre ambas. El Mar Menor grita cuando muestra fango en lugar de arena, turbidez en lugar de transparencia, especies foráneas que lo invaden en detrimento de las autóctonas, redes antimedusas en lugar de la raya azul, moles de hormigón a modo de espigones, paseos marítimos desiertos, pueblos sin vida en determinados meses e invadidos hasta la saturación en otros, cadenas de suministro local o de asentamiento rotas? y ese grito es imposible obviarlo. Se escucha, se ve, se huele, se palpa, se siente.

La identidad del Mar Menor, de cada amanecer, atardecer, anochecer clavado en las retinas y en nuestro interior nos dice que estamos ante un lugar único. ¿Por qué querer transformarlo en una mala copia de otro? ¿Por qué no recoger su identidad para valorarlo? ¿Por qué ahora sólo podemos imaginar esos balnearios de madera tan suyos? La zona de costa no se considera como la de tierra adentro, donde el turismo rural ha permitido conservar y potenciar los valores de algunos lugares. El Mar Menor es la tierra adentro del Mare Nostrum en la Región de Murcia. Ese modelo de desarrollo turístico copia de otros lugares está desvinculado del sentir de las personas. Además, demandará cada vez más obras e inversiones para poder sostenerse porque no es capaz de llenar el vacío de la falta de identidad: lo que te mueve a volver, a vivir, a sentirte parte. Creatividad, conocimiento, coherencia, fe, resistencia, cercanía, realidad, raciocinio, escucha... esto es lo que marca la diferencia del verdadero desarrollo de una sociedad.

Nadie tiene derecho a destrozar un legado natural. Lo fácil y rápido no es siempre lo mejor. Si el desarrollo socioeconómico de los municipios y pedanías que conforman el Mar Menor se hubiese sustentado en sus valores: en su etnografía, cultura, gastronomía y biodiversidad asistiríamos a un desarrollo de la vida en todos los sentidos. De la vida de su vecindario, de pueblos vivos, capaces de progresar sobre lo que siempre les ha sustentado y en lo que saben hacer y creen: la pesca, la agricultura sostenible, el comercio local, la cultura de la zona. Quizá no habría paseos fantasma y edificios abandonados donde que antes había vida. Tenían alma, la suya propia, y no una copia impostada. Se produce, al igual que con la calidad de las aguas, un deterioro en las relaciones de vecindad, una crisis de identidad.

Se trata, en definitiva, de unas relaciones más allá del desarrollo económico: las sociales y las del medio natural con las personas. Las raíces. La Historia. La Humanidad. El núcleo de la vida y su verdadero desarrollo.

Por esta situación de deterioro actual de la laguna y su vínculo con las personas, surge una Plataforma Social, Pacto por el Mar Menor, que exige que se tomen urgentemente las medidas necesarias encaminadas a la salvación del espacio natural más importante de nuestra Región. Esperemos que no lleguen tarde.