De alguna manera, somos lo que hacemos en la vida y con nuestra vida, somos el tiempo que dedicamos a determinados proyectos vitales y no a otros ¿El tiempo nos pertenece? A lo largo de nuestra historia hay muchas personas, civiles, que han muerto en conflictos bélicos por el hambre, por falta de agua, por enfermedades curables. Alguien les ha arrebatado su tiempo de vida, el tiempo que les pertenecía. El tiempo es un derecho que alguien te roba, pero ¿quién? Esas personas que se consideran dueñas de nuestro tiempo, las que poseen grandes fortunas, que tienen influencia en la sociedad, que dominan y controlan la sociedad, los que tiene capacidad de decisión sobre millones de personas. A ese niño que estaba jugando en Alepo (Siria) y muere por la explosión de una bomba ¡esa maldita guerra por los gaseoductos! le han arrebatado su tiempo, un tiempo que nadie tenía derecho a quitárle. También hay un tiempo que te quitan, ese tiempo de tus sueños, de tus proyectos, de tus esperanzas.

Dedicas tiempo a una carrera, quieres realizarte en una profesión, pero tus padres son pobres y las becas son pocas y llegan con retraso, te ves obligado a dejar los estudios, ya no puedes dedicarte a aquello que te gusta, en lo que te puedes realizar y que con tu esfuerzo y sacrificio puedes contribuir a mejorar esa sociedad. Tienes que dedicar tu vida a lo que te salga, aunque te amargue.

Hay algunos que dicen que nuestro tiempo laboral les pertenece por entero, que tenemos que dedicar muchas horas a trabajar para aumentar sus riquezas, incluidos los fines de semana. En la medida que les aportamos productividad y competitividad nuestro tiempo les es valioso. Nosotros nos quedamos sin tiempo y sólo somos un engranaje más de la economía. Cuando ya no podemos más por el agotamiento se nos echa; entramos en el proceso de abaratamiento, nuestro tiempo vale sólo unos cuantos euros; para ganar un sueldo de 800 euros tenemos que echar muchas horas.

Hay muchas personas que viven un tiempo sin tiempo. Los parados, para quienes no hay diferencia de días, no la hay entre domingo y lunes, cada día es lo mismo, aunque el calendario corra. Pasan los meses, pero vives un tiempo vacío, diluido por sentir cada día tu inutilidad y la ausencia de un sueldo que te permita recobrar tu vida y cada día tenga su afán.

Estas élites económicas consideran el de la vejez un tiempo sobrante que no merece la pena valorar ni dedicarle recursos, sólo para los mayores que sean ricos, claro. Nuestros mayores ya no sirven porque hay que servirles y ayudarles y sólo tendrán un valor si son un negocio para las empresas privadas que regentan residencias. La crisis ha hecho que por falta de una atención adecuada y digna mucha gente mayor ha fallecido antes de lo que le hubiera correspondido, se le acorta el tiempo de vida. La tristeza de verse inútiles y una carga les produce un proceso de adelantamiento de la muerte. Consideran el tiempo de vejez una amenaza para la estabilidad financiera.

Hay que reprimir el tiempo de la protesta y de la lucha, con reformas de leyes, con abaratamiento del despido, con la manipulación informativa, el miedo y la crear un tiempo, que es el tiempo de la desesperanza, del abandono de cualquier compromiso social, de cualquier organización que defienda los derechos humanos. Crean el tiempo de la insolidaridad y la indiferencia, el tiempo del sálvese quien pueda, pensando ingenuamente que yo me voy a salvar, el tiempo de afirmar la imposibilidad de cambiar el mundo, de ese otro mundo necesario y urgente para crear las condiciones de convivencia y habitabilidad imprescindible para garantizar la vida y con un tiempo de humanidad.

Crean el tiempo en donde todo es frágil, de que somos muy vulnerables ante el poder que ostentan los que se consideran los dueños de la vida, los dueños nuestros tiempo, crean el tiempo que pasemos por la vida sin hacer ruido y sin molestarles y que acatemos sus decisiones e imposiciones y tal vez nos den algún premio como pago.

Nuestra vida se traduce en tiempo, duración, opciones y vivencias, de ahí la importancia en recuperar nuestro tiempo, para no dejarse ganar por los que nos quieren arrebatar nuestro tiempo y convertirlo en un recurso económico para satisfacer sus necesidades y deseos. Nuestro tiempo nos pertenece, sabemos que no podemos dar marcha atrás, pero sí que podemos empezar hoy mismo a darnos ese tiempo de ilusión, de alegría, de saborear la vida, de contribuir a construir un mundo más humano y ecológico. El paso del tiempo no es un amenaza, lo que sí es una amenaza es convertir nuestra existencia en una tiempo de sufrimiento, de renunciar a nuestra libertad, a obedecer a los que fabrican el odio, las guerras y las ambiciones, en aceptar la vida desde el pragmatismo y el utilitarismo y no desde el tiempo de las utopías y el estar al lado de la gente pisoteada y que los poderosos no la quieren. Es necesario construir un tiempo nuevo y esperanzado, un tiempo para volar, soñar, establecer puentes, para amar y perdonar, para abrazar y acariciar, para seguir creciendo y que cada día nos aporte algo nuevo. Perdemos el tiempo cuando nos odiamos, cuando nos depreciamos, cuando obedecemos a los que se llaman jefes o superiores, cuando vivimos la vida como un copia y pega, cuando no rompemos las barreras sociales que nos humillan y cercenan nuestra humanidad; en cambio, ganamos la vida cuando somos libres, cuando nos convertimos en insumisos de la violencia, la injusticia y la indiferencia, cuando pensamos y sentimos, cuando nos conmovemos con el dolor humano, cuando la indignación la convertimos en esperanza y la esperanza en compromiso.

Os voy a pedir un favor, abrazar a esa persona que queréis, mirarle a los ojos con ternura, darle un beso y una caricia y decirles 'te quiero'; no lo dejéis para mañana, porque el mañana no existe, existe el hoy y el ahora, el después y el mañana es demasiado tarde.

Tengo un pequeño sueño. Me gustaría que cuando llegará el final de mis días tuviera mi corazón lleno de gente que he querido y me han querido, que me han ayudado y perdonado, de gente que hemos compartido la vida y las luchas, gente que he podido contribuir a aliviar el sufrimiento y que vuelvan a sonreír. Me gustaría encontrarme, en ese momento, a ese niño sirio que conocí en el campo de refugiados en Katsica que aparece en la foto y que está en mi corazón y que me diga que pudo volver a Siria y rehacer su vida con su familia y amigos, y que me diga «tu vida ha merecido la pena, puedes marcharte en paz», y que nos volvamos a sonreír y abrazar. No perdamos el tiempo en hacernos daño y destruir la vida y la naturaleza.