Yo no sé a ustedes, pero a mí esta nueva campaña electoral me da mucha pereza. Leo los periódicos, oigo la radio, veo la televisión, y, cuando aparece algo o alguien relacionado con las elecciones, me dan ganas de bostezar. Otra vez ellos, y no ya colocados en sus escaños, ni sentados en sus despachos, ni inaugurando algo, qué sé yo, un mojón, una primera piedra; o visitando una fábrica de pimientos en conserva, observando atentamente cómo se hace una lata, o tratando de hablar con una trabajadora que no lo mira por si se le escapa un pimiento con piel cuando pasa por la cinta. Es decir, haciendo su trabajo, ya elegidos, jurados o prometidos, tranquilicos porque tienen cuatro años por delante sin sobresaltos. O debatiendo en un parlamento, diciéndose alguna barbaridad los unos a los otros. O dándole de mamar a un crío en el escaño. En fin, cosas que tienen vidilla. Eso sería otra cosa. Pero lo de la campaña, otra vez, las mismas caras, los mismos argumentos? Qué lata, por Dios.

Además, todo este nuevo trajín para no cambiar materialmente nada. Las encuestas dicen que, voto arriba, voto abajo, los resultados van a ser parecidos, y que, en cualquier caso, tendrán que pactar dos o tres partidos para poder gobernar. Y, vamos a ver, si Rajoy, Sánchez, Rivera e Iglesias no han sido capaces de ponerse de acuerdo, ¿por qué sus partidos no los quitan y ponen a otros? ¿Qué va a cambiar para que ahora sí pueda alguien sentarse con Rajoy a pactar cuando hace unas semanas nadie quería? ¿Y Pedro Sánchez? ¿Va a aceptar las peticiones de ministerios de Iglesias y va a acceder al referéndum de Cataluña? ¿Se propone Rivera dejar de hablar de corrupción y gobernar con Rajoy?

Y, ¿saben qué es lo peor? Pues que materialmente todos los españoles están como yo: perezosos, con pocas ganas de hablar de política, pasando mucho de la situación, como si les importara un pimiento esto de las nuevas elecciones. En los ambientes donde me muevo, he tratado de sacar el tema, y el personal pone una cara de aburrimiento que te caes de espaldas. Tú dices: «Mira, Izquierda Unida y Podemos han llegado a un acuerdo», y él o ella responde: «¿Qué vas a hacer de comer hoy?» o «¿Has visto Trumbo? Es una película que está pasando desapercibida pero a mí me ha gustado mucho». Y claro, yo le contesto que sí la he visto y que también me ha parecido estupenda. Y como el protagonista, Bryan Craston, es el actor de la serie Breaking Bad, seguimos hablando de cine y de series de culto, y ya nadie se acuerda de la política, ni de la madre que trajo al mundo a cada uno de los señores candidatos.

En cualquier caso, como esto es un artículo de opinión, les diré lo que opino. Cuando le digo a cualquier persona del Partido Popular que Rajoy no me gusta, ellos me responden que cómo van a cambiar a un líder que ha conseguido siete millones de votos, que es la frase oficial del partido; y cuando yo añado que con otro candidato o candidata se habrían obtenido diez o doce diputados más, los militantes me responden que eso es seguro pero que no escriba que lo han dicho ellos. Otra opinión mía es que Pedro Sánchez tiene el mismo carisma que un cangrejo, pero que el hombre, al menos, ha intentado formar un Gobierno. Y que la lideresa andaluza, Susana Díaz, me parece una perulla. De Albert Rivera les diré que eso de que su partido valga lo mismo para un roto que para un descosido, y lo de que aquí pacte con el PP,y allí con el PSOE, me huele a chamusquina ideológica. De Pablo Iglesias confesaré que ya, desde hace un tiempo, cada vez que me habla desde la televisión, mirándome a los ojos, diciendo esas cosas tan bien estudiadas desde el punto de vista político, sociológico e incluso filosófico, me dan ganas de salir corriendo.

O sea, que qué pereza, por favor, qué desgana.