Es absurdo que se someta a críos tan pequeños a la tensión que supone jugarse su futuro en un único examen que les permitirá, o no, saltar de ciclo. Las reválidas que plantea la Lomce son una tensión innecesaria para los pequeños y sus familias. Son una metáfora de los métodos falsarios de comprobación del éxito que la actual sociedad parece que se está dando, y son la negación del concepto de evaluación en continuo que es el único que debería poder decidir si una persona, pequeña o grande, está en disposición de seguir aprendiendo y evolucionando.

En otra escala yo recuerdo la tensión y el pánico de cuando me tocó hacer la selectividad. Y rememorando aquel temblor de piernas me da por pensar en que si en aquel día yo hubiese tenido fiebre, o en que si el temor ante el examen me hubiera colapsado temporalmente las neuronas, o simplemente en que si en aquel momento clave hubiese tenido ese mal día ocasional a que las personas también tenemos derecho, ¿qué hubiese sido de mi futuro? ¿sería lo que ahora soy (académica y vitalmente hablando)? ¿me hubiese convertido en lo que siempre quise ser porque mi vocación universitaria siempre la tuve meridianamente clara o mis derroteros habrían de haber ido por algún otro lugar muy distinto?

Todos los que tenemos la responsabilidad alguna vez de corregir un examen y calificarlo sabemos de la fina línea que se traza entre una nota y las inmediatamente superior o inferior. Una única prueba no demuestra nada. Si acaso es capaz de dar pistas sobre la capacidad potencial de la persona que se examina, pero sólo pistas. Todo ello dando por hecho, además, de que las capacidades del examinador sean en el momento de coger el lápiz de corregir las que sean las adecuadas, cosa que tampoco necesariamente siempre ocurre.

No se puede evaluar con confianza partiendo de una única prueba, eso está claro. Entonces ¿a santo de qué plantearle a los chavales de primaria y secundaria las reválidas, como si estuviéramos en los años 60 del pasado siglo? Entiendo que es más cómodo, que tiene pinta (sólo pinta) de ser un método objetivo y normalizado, y que a los amantes de los números les permite fijar uno grabado a fuego, que le perseguirá por el resto de sus días, en la frente del chaval que se somete al escrutinio.

Que quede claro que tampoco tengo idea alguna de cómo hacer evaluaciones en continuo y que resulten realmente correctas, contribuyendo al objetivo final de mejorar el sistema y elevar el nivel general de conocimientos (necesidad manifiestamente obvia en esta España y en estos momentos). Pedagogos y maestros tiene el mundo como para que yo me aventure en esas lides. Pero sí que tengo absolutamente claro que a mis crías no quiero que las sometan en esa forma, cuando les toque, al proceso nada trasversal y objetivamente peligroso, por su tendencia a la injusticia, que suponen las reválidas.