Permítanme, antes de comenzar con este artículo, que les cite el manifiesto fundacional del partido sobre el que hablaremos en estas líneas: «Partimos de un supuesto revolucionario: que los ciudadanos no nacen siendo ya de izquierdas o de derechas ni con el carnet de ningún partido en los pañales. Vamos aún más lejos, a riesgo de escandalizar a los timoratos: consideramos a los ciudadanos capaces de pensar por sí mismos y de elegir en consecuencia, de acuerdo con las ofertas de los partidos y su experiencia de la situación histórica que vivimos. Por tanto no creemos que nadie esté obligado a votar siempre lo mismo o a resignarse a las opciones políticas vigentes, cuando ya le han decepcionado anteriormente».

Seguramente ahora mismo estén intentando dilucidar si se trata de la carta de presentación de Podemos o de Ciudadanos. En esa particular batalla por ser cada vez más nuevos aunque cada vez menos innovadores, los partidos emergentes han copado el vocabulario y los clivajes políticos para instaurar lo que ellos consideran como, valga la redundancia, la nueva política. El constante martilleo al que estamos sometidos por parte de los medios de comunicación ha hecho que conceptos como 'regeneración' o 'limpieza institucional', ideas como la reforma del sistema electoral o la limitación de mandatos, y aptitudes como la oratoria o el debate sean tan imprescindibles en el marco político actual que hayamos casi olvidado nuestra existencia sin ellos.

Sin embargo, la irrupción de estas dos formaciones en el panorama nacional apenas data de dos años de trayectoria. Antes de las elecciones europeas que transformaron al tertuliano-coleta y al guapo-catalán en inminentes figuras presidenciales, las ideas que he expuesto antes ya estaban en nuestro imaginario colectivo y la lucha común contra las maldades del bipartidismo ya había implosionado. Entonces, si la regeneración ya formaba parte de la agenda sistémica de los españoles, pero los partidos que ahora reclaman para sí su instauración aún no habían emergido, ¿a quién le debemos el cambio de paradigma de nuestro país?

Retrocedamos a 2007. Una formación política derivada de personalidades pertenecientes a multitud de partidos, plataformas ciudadanas y miembros en general de la sociedad civil, nacía en Casa de Campo pidiendo, hace nueve años (siete antes de que viéramos diariamente a Pablo Iglesias o Albert Rivera en El Hormiguero), un compendio de ideas entre las que se encontraba la reforma de la Constitución, de la ley electoral, la laicidad del Estado, la regeneración democrática y el combate al terrorismo. Paradigmas planteados en la España de la primera legislatura de Zapatero en que el país se descrabajaba en la nueva oleada de Estatutos, ETA seguía matando y nuestros aliados internacionales habían dejado de ser Estados Unidos y Reino Unido para convertirse en Venezuela y Bolivia. En una etapa en la que el apoyo al bipartidismo que superaba al 80%, una formación distinta a Izquierda Unida, con capacidad de conglomerar a ciudadanos de todas las Españas, se fundaba e instauraba en el Parlamento más copado por PP y PSOE de la Historia de la Democracia. Un 26 de septiembre de 2007 nacía, sin previo aviso, el partido con las ideas más revolucionarias de los últimos treinta años, la formación que abriría camino al fin del bipartidismo, que marcaría los clivajes de la política española del siglo XXI. Nacía, entre muchísimas expectativas, UPyD.

Tal vez ahora, querido lector, piense que mis palabras suenan exageradas. Hace algo más de un año, cuando escuchaba a los dirigentes de la formación magenta decir lo mismo, yo también creía que eran otro partido más, preso del eslogan aunque con mejores ideas que el resto. En su momento consideraba que su empeño en la lucha contra la corrupción, denunciando a Bankia ante los tribunales, era una estratagema política; que sus iniciativas legislativas en el Parlamento, tanto cuando era una ante el peligro como cuando fueron cinco, eran la mejor excusa electoral; así como cuando su compromiso con la unidad de España era el máximo referente para todos aquellos que nos sentíamos tan españoles que la dejadez del Gobierno en la defensa de nuestra patria nos dolía, pensaba que simplemente intentaban rescatar votos de entre los descontentos.

La ventaja, y el problema a la vez, fue que Rosa Díez y los suyos plantearon su formación como una revolución democrática. Pretendían precisamente que los españoles reflexionáramos sobre todo aquello que hoy nos planteamos, que fuéramos políticamente activos y radicalmente inconformistas. El objetivo de UPyD era el de reformar la política española para que en unos años miráramos a nuestras instituciones y nos sintiéramos orgullosos del sistema político en el que vivimos. En ese sentido, leer cualquier discurso de Rosa Díez de hace seis o siete años hace que nos demos cuenta de que su discurso de entonces equivale a uno de cualquier político que hoy, en pleno 2016, quiera construir un relato sobre la regeneración. Gracias al empuje y a la fractura que sus ideas causaron en el sistema anterior, la configuración de la nueva España que todos estamos aspirando a construir se abrió lo suficiente como para que ahora los ciudadanos (y las formaciones viejas y nuevas) hagamos nuestras sus ideas.

Es verdad que, por distintos motivos, en Murcia no tenemos a César Nebot (el candidato más y mejor preparado de las últimas elecciones) defendiendo los intereses de los murcianos en la Asamblea Regional, ni tampoco tenemos a Andrés Herzogg devorando populismos en el Congreso. Muchos, yo incluida, hemos contribuido a ello optando por otras formaciones políticas mientras asumíamos y reclamábamos sus ideas a nuestras propias formaciones.

Hace unos cuantos años dijo Rosa Díez una frase que se convirtió en viral, que rezaba «eres de UPyD pero aún no lo sabes». Viendo el panorama político nacional y regional, entre los ERE del PSOE, el ayuntamiento de Valencia del PP, la Venezuela de Podemos y las facturas de C's y, lo que es más importante, la indignación que ello nos produce; a lo mejor es que, al final, en lo que creemos todos en conjunto, con independencia de nuestro voto, es en las ideas de UPyD. Es verdad que ha acabado siendo sin ellos, pero, al menos, les queda el mejor de los consuelos: la revolución social de UPyD, la que el resto se quiere apropiar, ha triunfado.