La tele, capaz de difundir lo ordinario de manera extraordinaria, ha instalado en el habla popular una palabra anfibia, llana y aguda, que quien se pica formula al interpelado entre interrogantes, al tiempo que le alarga, retadora, la última vocal y el pescuezo: «¿Perdonaaa?». No perdona, en realidad; el escudo se convierte en lanza, el verbo se torna intransitivo, intransigente y paradójico, y la persona que lo pronuncia, más que disculpar a la que soltó una inconveniencia o una injuria, la desafía a reincidir. «¿Perdonaaa?», o lo que es lo mismo: «¿Qué quieres decirme, mecagüen tus muelas? suéltalo otra vez y te meto». Es un «¿Perdonaaa?» elíptico, un «No te entendí bien, atrévete a repetirlo, ¡berzotas!». Y la televisión repite y difunde ese menudeo y porfía de zoquetes.