Como una costumbre familiar voy amontonando los periódicos pasados en el alféizar de la ventana, hasta clausurarla, casi. Nada crece más rápido que el montón de diarios leídos o atrasados; parece mentira que uno o dos ejemplares al día produzcan tamaño volumen. Mi abuelo Bautista hacía otro tanto con el Abc de su época; nunca tiró ninguno, los guardaba en montones; del alfeizar pasaban a la "piquibana", habitación multidisciplinar de artesa y grandes contenedores de aceite. Lugar fresco de siesta en sillón de mimbre. La riada del 73 se llevó todo aquel papel prensa, miles de ejemplares, que guardarían mentiras y verdades y, en muchos casos, artículos incunables.

En lo que a mí respecta llega un momento en que me pregunto por qué los guardo y los vuelvo a hojear por si me pierdo la razón de haberlos conservado. Cualquier cosa que sea de mi interés, por regla general temas de Murcia y sus artistas, los recorto en su amarillenta pátina de fecha pretérita. En ese repaso general, me impresiona la fugacidad del pasado próximo; los que eran actualidad y guardaban honor, están en la cárcel o procesados; las fotos de todos los protagonistas han envejecido sus imágines. La política ya no es aquella de los días todavía próximos. Se ha tornado sepia el recuerdo ante un vértigo de viaje sin retorno. Repasar la prensa produce ansiedad en el camino; comprobamos que andamos, ya tiempo, buscando nuestro norte sin encontrarlo. A alguien, puede que le parezca hermoso haber vivido para conocerlo, no es mi caso. Los protagonistas de los medios diarios no son, precisamente, mis gentes de aprecio ni de culto. Y aparecen las referencias de los vivos que ya no lo están, que ya son objeto de memoria más o menos grata. Todo es tan efímero que parece mentira nuestra preocupación diaria por lo cotidiano, por el futuro inmediato. Todo ha de durar un plisplás, un par de siestas mal contadas. Y una cuestión reseñable, los periódicos viejos no traen nostalgia; un desdén de su contenido nos condiciona al desprecio y a no temblarnos ninguna emoción cuando los tiramos a la bolsa de la basura y ésta al contenedor de papel si es el caso.

Así borramos un trozo inútil de experiencia vital; nos deshacemos de miserias y cenizas, de engaños y falacias. Nos liberamos de aquellas noticias que nos produjeron inquietud. Todo este escenario, de lo material intrascendente, lo enviamos al olvido. Se pierde la evocación de la historia anecdótica, no conservamos ni regusto ni encantamiento; contemplamos con satisfacción el papel envejecido del que nos liberamos el día que hacemos limpieza y podemos, de nuevo, abrir la ventana sin obstáculo para que entre un aire de renovación necesaria.