La verdad, no sé si soy el decano de los seres humanos que escribimos opinión en los medios de comunicación de esta Región, pero, si no, es indudable que soy de los más antiguos. Cuarenta y dos años llevo en este menester (comencé a los doce años: 42 + 12 = 54, que son los que tengo) (me parece que no es esta la cuenta, pero es que no me acuerdo exactamente del año en que nací); total, que me creo con la experiencia suficiente para dar aquí unos consejos a todos aquellos que escriben, hablan en la radio o aparecen en televisión para dar opiniones en artículos o colaboraciones que tengan como tema la política, con la vista puesta en esta segunda edición de la elecciones generales que se convocan.

Lo primero que deben tener en cuenta es que, si en diciembre los dirigentes de los partidos políticos estaban nerviosos, ahora lo están mucho más. Las encuestas dicen que el PP puede arañar algunos escaños; Podemos, si se pone de acuerdo con IU, también podría ganar algo, el PSOE tiene pan y con qué comérselo con la división interna, y Ciudadanos trata de mantener el tipo enseñando mucho a su líder, Albert Rivera, que es así tan guapico, pero también tiene sus problemas y gordos. En estas circunstancias, la cosa está que arde y que salga un tío, o una tía, en la tele, o escriba en un periódico, o comente en una radio algo que pueda molestar, algo que pueda quitarles un voto siquiera, podría traer consigo una jura de odio eterno, si no algo peor.

Claro está que me estoy refiriendo a los opinantes que pueden considerarse como 'independientes', aunque creo que ninguno somos independientes del todo, a pesar que algunos lo intentemos. Otra historia es la de aquellos que tienen claro a qué partido apoyan y cuál es su enemigo natural, o los que defienden siempre, o atacan, a la derecha o a la izquierda. Son realmente personas muy respetables, fieles a sus ideas, pero ellos realmente no cuentan para los partidos. Son de los suyos, y ya está. Cuando ven a uno de ellos en un medio, el tema es observar qué se le ocurre para alabar más a su patrocinado, o qué nueva cabronada va a decir de sus oponentes. Pero a ellos les prestan muy poca atención, en general. Si pueden, les hacen algún favor, y, si no, pues les sonríen cuando se los encuentran, o les dan la mano, o un par de besos, qué sé yo.

El problema surge cuando no saben por dónde va a salir el opinante, sobre todo si es de esos que, encima, tienen el favor del público, es decir, que los lee la gente, o los escucha. Estos tienen más peligro que un banco de pirañas en un bidé. Se dice que son respetados, pero lo cierto es que son más bien odiados, sobre todo, en época de elecciones. Un ejemplo: imagínense que yo, cualquier día de estos, escribo aquí algo sobre la gente que no sacaba dinero del banco durante dos años; o de esos otros que intentan metérsela doblada a los servicios jurídicos de la Asamblea Regional con una factura falsa (no sé cómo se atrevieron, menuda es la secretaria general); o de cómo otros se quitaron de en medio, sucesivamente, a todos los de su partido que les estorbaban para detentar ellos el poder. Pues, claro, se cabrearían, y mucho, porque puede quitarles algún voto en esta época de elecciones, y, eso, amigos, es un sagrado. De ello depende su sueldo, el pan de sus hijos, cuatro años de tranquilidad económica. ¿Qué harían ustedes? Pues lo mismo que ellos, hombre. Así que, queridos compañeros opinantes, andaos con ojo, no vaya a ser que perdáis uno de un puñetazo (es un símil). En estas elecciones ya está todo marcado en cada partido; ya tiene cada militante, cada simpatizante, cada opinante amigo su argumentario. Los mensajes están lanzados y cada cual ya sabe lo que tiene que decir. Hay que repetir hasta la saciedad esto o lo otro hasta que la idea se quede clavada en el cerebro de la gente a sangre y a fuego. El que diga algo que no se ajuste a lo que han parido los cerebros de cada partido se convierte en un enemigo absoluto del mismo. Y allá cada uno con las consecuencias, porque, como puedan joderte, te joden. Eso es seguro.