Les doy las gracias, en primer lugar, a los partidos políticos del sistema, a los viejos y al nuevo inquilino, por distraernos de nuestros problemas reales, el paro, los recortes sociales, la precariedad del empleo, la miseria salarial, la incertidumbre sobre las pensiones, el futuro de los jóvenes o la crueldad hacia los que buscan refugio. Es todo un detalle hacia la ciudadanía que nos hayan tenido entretenidos durante los cuatro meses que han transcurrido desde las pasadas elecciones y, más aún, que nos vayan a entretener, como mínimo, hasta el otoño. Los meses, sin nada en qué pensar y rumiando amarguras, se hacen muy largos.

Les agradezco que, dada su experiencia, no hayan sabido, podido o querido interpretar eso que llaman la voluntad de los ciudadanos. La realidad es que esa voluntad no existe, solo existe la voluntad de la mayoría, pero cuando no hay una mayoría clara, a menos que admitamos una voluntad colectiva de caos, solo existen muchas voluntades dispares que, cuando no suman, provocan un enredo perfecto. Pero, como digo, nuestros políticos del sistema, aunque hayan demostrado su incapacidad, también nos han dado una demostración de su profesionalidad adaptándose a la situación y actualizando sus estrategias y discursos.

Si la regla de oro en política sistémica, en la versión antigua, consistía en echar las culpas de todo al otro, en la nueva versión ha bastado con pasar del singular al plural. Ahora la culpa la tienen los otros, uno más que otros, por supuesto, porque no se pierde un hábito de la noche a la mañana. Una segunda versión de la misma regla que ha ido cobrado fuerza ha sido la disponibilidad para pactar. La consigna «Yo sí pacto o pactaría, pero los otros no quieren» se ha convertido en la clave para repartir culpas.

A partir de la proclamación de la buena disposición propia al pacto, todo se ha justificado. Queda justificado el inmovilismo del PP, que, manteniéndose en su línea, hizo en su día una única oferta, la 'sensata', la de la gran coalición. Ha sido el PSOE quien se ha negado, luego es el culpable. En definitiva, la propuesta del PP no era un disparate y no sólo porque siguiera el modelo de otros países sino porque le ofrecía al PSOE sustituir el suicidio de baja intensidad que practica por otro más radical y definitivo. De perdidos al río, como dice el refranero. Pero el PSOE prefiere una muerte lenta.

Ha resultado conmovedor el pacto entre PSOE y Ciudadanos. Los gestos inútiles contienen en sí mismos una belleza superior a los que buscan un beneficio. Por eso, ese será un pacto que pasará a la historia. En su arrebato pasional hacia el partido al que antes descalificaba por ser de derechas, al PSOE se le olvidó su viaje a Portugal y la posibilidad de formar un Gobierno de progreso. Pero el amor es ciego.

En segundo lugar, quiero dar las gracias a los grandes medios de comunicación, públicos y privados, que contribuyen como pueden a la tarea de aclarar las ideas a la ciudadanía mediante la difusión de sondeos. Los sondeos no son inocentes, como no lo son los medios de comunicación porque tampoco en ellos existe el más allá de los intereses particulares. No obstante, es políticamente incorrecto dudar de la imparcialidad y objetividad en los medios, como lo es dudar de la buena intención de la oferta continua de sondeos. Según esta abrumadora información supuestamente desinteresada sobre la intención de voto, aumenta el abstencionismo y ello favorece al PP que se mantiene como el partido más votado. El desánimo no afecta a los votantes del PP. Su suelo es de granito compuesto de fidelidades petrificadas que no desfallecen con ningún tipo de putrefacción. No se moverán. Es como si hubieran salido de fábrica con el brazo en alto enarbolando la papeleta del PP.

A la cabeza de los que bajan, tal vez porque sí se mueve, estuvo, está y estará Podemos. El de Podemos es un fenómeno físico, cosmológico, digno de estudio. Caen siempre en las predicciones tanto y a tanta velocidad que no se explica cómo están aún en la galaxia. Una galaxia en la que no caben los desgreñados que encima tienen el descaro de hacer públicas sus pretensiones de formar parte de un Gobierno de progreso. ¡Qué se habrán creído!