Pa qué quiés que vaya?». Es la pregunta que se hace Vicente Medina al comienzo de su poema La cansera. «Pa ver cuatro espigas arroyás y pegás a la tierra; pa ver los sarmientos ruines y mustios y esnúas las cepas, sin un grano d´uva...», se contesta el poeta a sí mismo.

Recurrir a Vicente Medina para expresar el hastío del pueblo castigado por la historia y sus dirigentes se ha convertido en un tópico del que tampoco nosotros podemos escapar en estos tiempos inciertos que vivimos. Y es que su poema antes mencionado, uno de los mejores del vate archenero (y quizá de la historia de la literatura) tiene el mérito de trascender el estado de ánimo de un hombre agotado, extenuado, para transformarse en la expresión colectiva del pesimismo de un país.

Medina supo encontrar además las palabras y expresiones adecuadas para conferir a su poema el don de la atemporalidad. Vale por consiguiente lo mismo para describir la España de finales del XIX, tras el desastre del 98, que la actual, la post 21D. Ambas con escenario de fondo de crisis económica, social e institucional. Entregada la primera al desánimo y a la melancolía. A punto de entrar en fase de cierto cansancio, la segunda.

Tras el fracaso de los partidos para llegar a acuerdos de gobierno „estaba cantado„, se hace inevitable repetir las elecciones. Y el sólo hecho de vislumbrar una nueva campaña electoral, de la que en realidad nunca terminamos de salir, con discursos calcados de la anterior, promesas ya anunciadas o críticas a los adversarios mil veces oídas, produce una fatiga, un agotamiento mental que ninguna palabra puede definir mejor que ´cansera´. Todo esto se podría aguantar, incluso perdonar, dicen algunos, si existiera alguna remota posibilidad de ver la luz al final del túnel. Pero no parece que vaya a ser así.

El caso es que el aumento más que previsible de la abstención imposibilita al día de hoy hacer proyecciones de voto más o menos fiables. Para algunos sondeos de opinión, el PP, pese a su pasividad, podría ser el gran beneficiado (ni siquiera los peores casos de corrupción hacen que se tambaleen sus cimientos). Para otros, en cambio, tanto Ciudadanos como IU mejorarían sus perspectivas electorales en detrimento del Partido de Rajoy y del de Iglesias.

No es fácil saber, desde luego, cómo va a interpretar la gestión del 21D un electorado puesto a prueba continuamente, ni a qué partido o partidos le va a pasar factura el hastío electoral. Sí sabemos, por experiencia, que el votante más fiel, el que no suele fallar cuando se complican las cosas, es el conservador. En cambio, cunde pronto el desaliento cuando se defraudan expectativas entre quienes ven la política como un medio de cambio, de transformación social, de regeneración de la vida política. La ilusión y el voluntarismo suelen ser fugaces. Es un fenómeno que conocimos muy bien tras la llegada de la democracia y que tomó el nombre de ´desencanto´.

De modo que no hay que descartar que, incluso existiendo una tasa de paro y unas desigualdades sociales de proporciones obscenas, se produzca una desmovilización de los sectores progresistas. Ni que ese desapego, ese cansancio, unido a cierta intransigencia o falta de clarificación de lo que se quiere hacer y con quién se quiere hacer, propicien un gobierno PP-Ciudadanos de mayoría relativa holgada y vida longeva.

No sé si la izquierda está todavía a tiempo de reparar los errores que en materia de pactos, entendimiento y visión de futuro ha cometido estos últimos meses. O si está en disposición de evitar repetirlos en los futuros comicios. De no hacerlo, esto puede acabar como en el poema de Medina: con un votante cansado diciéndole a quienes piden su voto: «¿Pa qué quiés que vaya? No te canses, que no me remuevo. Anda tú, si quieres, que a mí no me queda ni un soplo d´aliento, ni una onza de juerza…».