Deñala George Monbiot en su último libro (How Did We Get into This Mess?, Verso, 2016) una paradoja esencial del neoliberalismo: que el dogma de la competitividad absoluta requiere ineludiblemente de una cuantificación y comparación también absolutas. Como resultado, los servicios públicos se ven sometidos a un régimen agotador de valoración y monitorización pensado para distinguir, de forma continua, a los eficientes de los que tienen dificultades, y actuar en consecuencia. Por tanto, una doctrina que nos prometía liberarnos de la pesadilla burocrática del papá Estado ha terminado por convertirse en otra.

No sé vosotros, pero yo leo esto y lo primero que me viene a la cabeza es nuestra aguerrida consejera de Educación, María Isabel Sánchez-Mora Molina, ateniéndose al pie de la letra a ese guión. No, el que separa sus primeros dos apellidos, no. El otro. No cuesta nada imaginársela diciendo «Yo, por la evaluación, ma-to», dada la determinación con que declara estar dispuesta a saltarse hasta la normativa estatal para publicar los resultados de las pruebas de nivel de los colegios murcianos. La heroína neoliberal está servida. En sus dos acepciones.

Y es que, ¿quién se atrevería a oponerse a todo esto de la evaluación? ¿A la mejora y a la calidad que le dan nombre a ese veneno llamado LOMCE? Nadie. Pero esto es como con los impuestos, que si se llaman así es por algo. En el momento en que dejan de ser obligatorias y universales, las cargas que nos pone encima nuestro simpático ministerio de Hacienda ya no son impuestos, sino multas. Las sanciones con que los españolitos de a pie pagamos la falta de no tener sociedades en Panamá, ni cuentas en Suiza, ni un programa de amnistías a que acogernos. Y esas cosas ya se llevan peor.

La evaluación también es una cosa muy como de pobres, o sea. De curritos. De profes de la UMU enfrentándose a la Aneca. De ONG's presentándose a una convocatoria. De interinos docentes midiendo hasta la respiración de la chavalada. Y además tus resultados solo sirven para lo que quieren que sirvan. La gente bien se evalúa en be. Las empresas fetén compiten a piscina vacía, y sus trofeos son de oro, no de hojalata. La semana pasada supimos que la adjudicataria del SOS disfruta de una cláusula en virtud de la cual sus posibles pérdidas las cubrimos los murcianos, a tocateja. 100.000 euros de vellón nos ha costado como mínimo la broma, solo este año. Otras concursan contra sí mismas por chollos de treinta años y mil millones. ¿Que se revise el contrato? Hombre, por favor, ni que fuera esto un club de lectura. Olvídese.

Parafraseando a Gandhi, cada vez que alguien me pregunta qué pienso de la evaluación, la calidad y la rendición de cuentas en Murcia, contesto que me parecen una buena idea. Vamos a llevarla a la práctica. Pero no solo para los mindundis y los paganinis. Vámonos a quienes mandan. Que nos enseñen qué sello de calidad tiene un Ayuntamiento que ha dejado hacer y deshacer a gente como Pepe Ros o Mario Gómez. Las evaluaciones donde se certifica que necesitamos (ahora, ya, como sea, cueste lo que cueste) el AVE, esa inversión en división. Quiero ver publicados los resultados de las pruebas de nivel de Miguel Ángel Cámara como alcalde. Y ya si eso hablamos de excelencia, su excelencia. O del tiempo, mejor.