Hoy se ha convertido en un problema; el stock para el alquiler de trajes masculinos según el siglo XVII español está colapsado. El aniversario de la muerte de don Miguel de Cervantes ha resucitado los deseos de teatralizar su existencia. Agotadas las existencias ha subido la cotización de un cuello de lechuguilla en condiciones o unas calzas o un vestido de negro terciopelo, que era lo más noble. Ni en el histórico Cornejo (la multinacional del alquiler de trajes de época) se encuentra un buen apaño para representar a un digno Cervantes de sus mejores tiempos. Te ofrecen, si acaso, un atuendo de soldado o de cautivo, que ambos menesteres ejerció el ilustre escritor. Lo malo es que todo el mundo quiere ser Cervantes ahora, en estos días, cuando en los roperos las polillas han sido testigo del tiempo de paro forzoso. Es lo que pasa. Esto que ocurre me recuerda los lamentos de aquel amigo que invirtió en una granja de dromedarios y camellos y se quejaba amargamente de que todo el mundo los quería alquilar el día de los Reyes Magos ¡con lo largo que es el año! se decía y no sin razón.

En el Congreso de los Diputados también ha habido representación teatral con un actor presidiendo una sesión en la que se recreaba al autor del Quijote y otras decenas de obras; la idea no hubiese sido nefasta si los guionistas del breve serial no hubieran patinado en la chanza y el humor, tibiamente bien entendido. El falso Cervantes tomó la palabra y recordó los paraísos fiscales, amenazó con inscribir los derechos de autor de El Ingenioso Hidalgo en La Bahamas. Esto entre otras jacarandosas ocurrencias de un texto desafortunado. Cervantes, amén de un genio de la literatura, fue un hombre serio, castigado por la escasa fortuna y su suerte en vida. No me inspira su figura cachondeíto alguno al respecto.

El escenario de la representación no podía ser más solemne: el Congreso de los Diputados, símbolo, de momento, de todos los ciudadanos españoles, esos que, según las encuestas, en un altísimo porcentaje nunca leyeron el Quijote más allá de la primera línea o plano de situación. «En un lugar de La Mancha?». Gracias doy a la severidad de mi padre que en aquel verano adolescente me hizo copiar con la pluma 22 portátil, la máquina de escribir de bolsillo, la obra de Cervantes para conseguir dos objetivos; mi soltura mecanográfica y el conocimiento de la obra magnífica de Cervantes. Aún hoy dudo del éxito de la empresa paternal; no escribo con diez dedos y no sé como no sabe casi nadie mucho del genio de Cervantes, algo más de su noble personaje don Alonso.