Por fin ha hallado el Instituto Nacional de Estadística un dato que sitúa a la Región de Murcia a la cabeza de una cuestión positiva. Somos la provincia con mayor número de personas que se apellida Cervantes, lo que ampliaría las andanzas de nuestro más célebre escritor a estas tierras. Quién sabe si el lugar de La Mancha de cuyo nombre no quería acordarse era más allá de la vecina Albacete. Ahora tampoco se acuerda mucha gente de estos lares. En cualquier caso, es un punto a favor cuando nuestra primera amenaza real, de un tamaño aún mayor que el de los molinos, es la formación. Todos los informes de coyuntura apuntan a la educación como nuestra principal asignatura pendiente. Los datos de abandono escolar y de jóvenes que ni estudian ni trabajan son una mancha que ni El Quijote sería capaz de diluir. En ese combate contra la gigantesca realidad hace falta algo más que un enclenque rocín a modo de sistema educativo desprovisto de lanza y cualquier otro enser certero. Sin alicientes y sin dientes donde morder, la batalla está perdida. Sólo el idealismo de unos pocos profesores mantiene la esperanza. Pluma en mano, en dura lid contra la burocracia que enarbola la LOMCE, estos hidalgos son capaces aún de avivar la imaginación y el esfuerzo de los alumnos. Junto a ellos, la formación profesional se sigue considerando una ínsula barataria, un puerto donde el título no es efectivo. Si a ello se unen los bajos índices de lectura, otra vez la maldita estadística, y la ausencia de caballeros andantes que nos despierten de la pesadilla, la novela realmente es de terror. Poseemos datos envidiables de natalidad, no somos mancos, pero los desaprovechamos al no sembrar su crecimiento personal y profesional. Cervantes todos, paisanos, les necesitamos. Unan sus manos y ayúdennos a corregir la cojera que nos impide engordar la alforja y la mente.