La democracia en los países comienza a defenderse desde las instituciones. Las instituciones son las responsables de cumplir y hacer cumplir los principios básicos de cualquier democracia. Cuando un ministro (como fue el caso del impresentable ex Rodrigo Rato) sale en los medios de comunicación advirtiendo de los perjuicios que causa a la sociedad defraudar a Hacienda y ataca a los posibles defraudadores, los ciudadanos nos lo creemos y confiamos en él y en sus actuaciones. Cuando luego nos enteramos de que el primer sinvergüenza, caradura y presunto 'ladrón' es precisamente la persona encargada de mantener a raya a los defraudadores, se te queda cara de gilipollas. A medida que vamos sabiendo gracias a la prensa y a las actuaciones policiales y judiciales que los nombres de los mayores ladrones de este país están en la banca, en las grandes empresas y en los respectivos Gobiernos ya sea nacional, de las Comunidades autonómicas o de los Ayuntamientos, nos vamos dando cuenta de que en España los que gobiernan, los que mandan, lo hacen con el único fin de favorecerse a ellos mismos y a sus esbirros, que en todas las ocasiones son compañeros de partido, familiares o amigos; en cualquier caso, gentuza sin dignidad ni escrúpulos, sin moral ni integridad, sin ética ni valores; es decir, simples bestias.

Ahora para acabar de rematar la faena- nos enteramos de que los responsables del tan alabado colectivo de funcionarios públicos Manos Limpias y los responsables de la Asociación de Usuarios de Servicios Bancarios, Ausbanc, constituían una especie de mafia de tipos trajeados y con aire elegante, una organización criminal que presuntamente practicaba la extorsión, la estafa, la administración desleal y el fraude en las subvenciones. Precisamente, todo lo que perseguían.

Cuando las instituciones encargadas de legislar y gobernar un país, una comunidad autónoma o un Ayuntamiento son las corruptas, las que albergan más ladrones por metro cuadrado que cualquier otro lugar, es que algo está podrido en una democracia. Sin embargo, los ciudadanos de este país parece que ya hemos asumido que eso es así, lo que implica que como nación no tenemos curación posible. Vamos a la Feria de Abril y a los San Fermines en manada, cada año batimos récord de asistencia, pero apenas nos juntamos cuatro para manifestarnos en contra de esta lacra que estamos sufriendo. No tenemos conciencia de país ni de sociedad ni siquiera de tribu. Aquí cada cual va a lo suyo. Y somos estúpidos, tremendamente estúpidos, porque mientras nosotros bailamos como locos con nuestro rebujito en la mano, cientos de ladrones se ríen de nosotros robando o saliendo de la cárcel a los dos días de haber ingresado.

Todo ese dinero que nos roban mientras bailamos o corremos delante de los toros o vemos la Champions son menos camas de hospital, menos ambulancias, menos lentejas en los comedores escolares, menos ayudas al estudio, menos subvenciones a los emprendedores, menos inversión en ciencia. Nuestros hijos tienen hambre, no tienen becas para estudiar ni para el comedor del colegio, no podemos pagarnos una vivienda digna, no podemos permitirnos más que comer de ofertas y cada día nos cuesta más llegar a fin de mes. Sin embargo, bailamos. Y eso es lo que nos diferencia del resto del mundo, porque mientras en otros lugares la gente se reúne y protesta, aquí lo celebramos en una caseta de feria.