Me gustan las cosas que no se hacen con ordenadores. Mi amiga Aurora, por ejemplo, crea separalibros. Los dibuja ella, los colorea si es menester, los protege y los regala. Mi amiga María teje muñequitos de ganchillo. Sirven para decorar un llavero o simplemente para tenerlos en casa, porque son monísimos. También hace unos bizcochos de chocolate que quitan el sentido, todo sea dicho. Mi amigo Diego pinta unos cuadros alucinantes. Sé que algún día se hará famoso, y yo entonces seré de esas que contarán que ya tenía una obra de arte suya en casa. Mi madre escribió poemas durante años y nunca tuvo la necesidad de publicarlos o mostrárselos a alguien. El mero hecho de crearlos ya era una sastifacción, un refugio y una alegría. En un siglo XXI donde el raro es el que no tiene tablet o móvil ´inteligente´, es prácticamente una extravagancia ver a alguien escribir a mano. Escribir pensamientos en un cuaderno y guardarlos en casa, en vez de ir soltándolos a modo de píldoras en Twitter, buscando la aprobación del otro (aunque el otro sea un desconocido) es algo arcaico, que se señala y sobre lo que se cuestiona. Y yo me cuestiono por qué.