Nos hemos habituado hasta tal punto a que la dialéctica política se ejerza en su versión más deleznable, la demagogia, que no solo no sabemos ya reconocer lo demagógico sino que juzgamos como demagógico cualquier ejercicio de honestidad. Así, mientras que cualquier propuesta abierta es tachada de demagógica, reducida al ridículo o denostada como ataque a la dignidad, el baile de máscaras con el que se nos entretiene aparece como el único juego limpio, aunque bajo él que se esconda la auténtica partida de los intereses turbios.

Sí, estoy hablando de nuestros partidos políticos hoy, ahora. Estoy hablando de Podemos, del PSOE, de Ciudadanos y del PP, al que habría que dejar de nombrar si no fuera porque las encuestas nos dicen que si vuelve a haber elecciones será de nuevo el partido más votado, lo cual aporta una prueba a mi tesis de partida: la mayor profesionalidad en el ejercicio de la demagogia obtiene el mayor nivel de adhesión y credibilidad.

Para el PP no representa un problema ser percibido como un partido corrupto, eso ya lo saben quienes lo votan e incluso quienes estarían dispuestos a votarlo. Sin embargo, el PP sí tiene hoy un problema y se llama Mariano Rajoy. Al PP le falta un líder, pero no un líder cualquiera, le falta Albert Rivera. Si Rivera no fuera tan listo, habría optado por diluirse en el PP, pero eligió el mejor camino para su éxito personal y, hoy por hoy, es el mejor producto demagógico de nuestro panorama político. Por eso con el apoyo, más o menos explícito, de todos los poderes fácticos, probablemente acabará siendo, antes o después de las elecciones, presidente de un Gobierno de coalición.

Rivera es tan hábil que se acabará comiendo al PP y al PSOE en un solo bocado. Frente a Mariano Rajoy aparece como la única alternativa decente y limpia en una derecha renovada, una derecha flexible, no encasillada en viejas trincheras ideológicas; una derecha centrada que tiende su mano, si es necesario para salvar la unidad de España, a un PSOE bipolar, completamente perdido entre lo que es de hecho, un partido de centro-derecha entregado al poder económico y lo que, según sus siglas y su historia, debería ser.

Al PSOE le queda una penosa estrategia para mantenerse en el escenario político, el ataque a Podemos. Una vez blindado contra Podemos a través de su compromiso con Ciudadanos, intenta convencernos de que la única opción para evitar nuevas elecciones es unirse a ese compromiso que solo la muerte separará. Según esa premisa, el rechazo convierte a Podemos en el responsable de que haya nuevas elecciones.

Veamos. Se nos presenta como legítimo que el PSOE no acepte un pacto con el PP; que Ciudadanos no acepte un pacto con Podemos y que el PSOE no acepte una coalición de izquierdas. Lo único que no se admite como legítimo es que Podemos no se pliegue al acuerdo entre PSOE y Ciudadanos y defienda un vía de progreso.

Para justificar esta lógica, se acusa a Podemos de cualquier cosa. Los defectos que se atribuyen a su líder se hacen extensivos al movimiento, por lo que, si se tacha de arrogante a Pablo Iglesias, se concluye en la arrogancia del conjunto y se presenta como el colmo de esa arrogancia la única propuesta honesta y seria que se ha hecho desde que empezó el paripé de formar Gobierno: un Gobierno de coalición de izquierdas con una participación proporcional, en función de los votos, de los partidos coaligados.

De nuevo, de continuo, todos contra Podemos. Y no me refiero solo a los partidos políticos, me refiero, sobre todo, a los poderes económicos y mediáticos que son los que mandan y los que crean opinión. La consigna es eliminar a Podemos. Si existen problemas en Podemos, esos problemas se nos presentan como mucho más graves que los de cualquier otro partido; si comenten errores, sus errores resultan imperdonables y, por supuesto, Podemos está vendido al dinero de las peores dictaduras del mundo. Por si fuera poco, hemos podido oír a Esperanza Aguirre afirmar que Podemos es una organización 'criminal'. Como suena.

Yo no sé si el hecho de participar en una consulta de Podemos me convierte en criminal a los ojos de Aguirre, supongo que sí. Me da igual. Lo que no me da igual es que quienes hemos puesto alguna dosis de confianza en una posibilidad de regeneración política, nos podamos dar por vencidos antes de que empiece la batalla.