as visiones sobre la puesta en cuestión que asola todo el planeta en la actualidad son variopintas, pero aquí (desde esta atalaya), sin duda, preferimos quedarnos con las interpretaciones más halagüeñas. Es evidente que, ante situaciones complicadas, nos crecemos y fortalecemos en los ámbitos intelectuales y societarios. Ocurre en más esferas también. Como decía Chesterton, «si no fuera por la roca del acantilado la ola no llegaría tan alta». No es deseable tener obstáculos, pero sí debemos apostar por su superación. Lo único que ciertamente podemos controlar, decíamos el otro día, en la presentación de una maravillosa exposición de la queridísima Kunka, es nuestro comportamiento. Eso sí nos compete.

Quizá por ello, o por otros motivos más o menos subjetivos, en relación a cualquier tipo de valoración de lo que albergamos o respecto de dónde vamos, el consejo es que seamos creativos y que abordemos cuanto ocurre con imaginación (¡siempre al poder!). No hay mejor itinerario. El ímpetu interior es una buena parte de la resolución de los obstáculos, a los que prefiero no llamar problemas.

Hablar, actualmente, de que estamos inmersos en una crisis económica, que seguramente se extiende a otros conceptos o elementos de la sociedad, es recrearnos en lo obvio. Para algunos sectores lleva demasiado tiempo, como es constatable. Ríos de tinta se han escrito por doquier, utilizando todo tipo de formatos y de géneros y soportes mediáticos, para abundar en lo que estamos palpando en todo el planeta (en algunos lugares es una realidad mucho más opresiva, por desgracia). Las convulsiones más o menos visibles están ahí, y se perciben a través de la bolsa, de las pérdidas de empleo y de insuficiencias materiales y contables.

Por supuesto, esta crisis ha tocado de lleno al mundo de los medios de comunicación, y también, pese a su abundante proliferación, a aquellos que se basan en las nuevas tecnologías informativas. Además de señalar que todo esto era previsible, la pregunta es si es evitable en sus grados más superiores. La mayoría de los expertos creen que sí. Después de todo, los nuevos modelos de trabajo nos permiten una gran altura de miras y una flexibilidad más patente y jugosa. Lo que hemos de poner de nuestro lado es la 'resiliencia', que abonaremos con voluntad y constancia.

Asombra ver cómo esta crisis está próxima a todos los estadios, y como empresas y profesionales que han sabido recurrentemente adaptarse a los nuevos tiempos se han dejado arrastrar por la tormenta, por el tornado de esta transformación. No han podido con la coyuntura actual. El modelo está mutando, con prisas, momentos intermedios, y detenciones de los procesos que aún están flamantes. Es cuestión de paciencia y de obtener el más alto provecho societario, esto es, debemos perseguir el bien común. Quizá recuperar peculiaridades de verdadera empatía sería básico.

Algo pasa cuando todo marcha con más demora de la apetecida. Seguramente hemos perdido no solo el crédito material, sino también la credibilidad en nosotros mismos. Hay menos fe en que seamos menesterosos para reaccionar en tiempo y forma. No pensamos que tengamos capacidad de sujetar la crudeza del huracán. Quizá elucubremos que hemos sido tan flexibles en algunas cosas que en adelante, según nos decimos, no podemos serlo más.

La tradición está evolucionando, y nosotros también giramos. Lo que sí es verdad es que hemos de mitigar determinadas 'ambiciones' de aquellos que no representan los pensamientos que nos han traído hasta esta era. Paralelamente, apostemos por las sendas de una mayor, y más creciente, creatividad y entusiasmo.