A principios de 2016, más de ocho años después del inicio de la crisis financiera internacional, el PIB real del conjunto de la zona euro sigue por debajo de su nivel inmediatamente anterior al estallido de la crisis. Si usted no entiende lo que está pasando en la economía de la eurozona, no se preocupe; no es el único.

La respuesta europea a la crisis ha consistido en una combinación de austeridad fiscal, reformas estructurales y una política monetaria de carácter cada vez más expansivo. Un mix de políticas que, a la vista de sus resultados, podemos decir que ha fracasado rotundamente de forma inequívoca.

Las últimas investigaciones sobre el multiplicador fiscal atribuyen el menor crecimiento promedio de la zona euro posterior a la Gran Recesión a las políticas de consolidación fiscal desarrolladas durante los últimos años. Por ejemplo, un trabajo de Sebastian Gechert, Andrew Hughes y Ansgar Rannenberg (Fiscal multipliers in downturns and the effects of Eurozone consolidation) llega a la conclusión de que la consolidación fiscal en la zona euro durante el periodo 2011-2013, redujo el PIB en un 7,7%.

Las tasas de pobreza incluyendo a los trabajadores con empleo que la sufren han aumentado de forma significativa en todos los países europeos desde 2008. A principios del año actual, se ha calculado que casi una cuarta parte de los ciudadanos de la UE (122 millones de personas) están en riesgo de pobreza o de exclusión social, un porcentaje extremadamente preocupante.

La Comisión Europea y también el FMI han reconocido que las políticas practicadas han fracasado y que sería necesario un cambio para restaurar, primero, y mantener, después, el crecimiento del PIB y del empleo. Pero ese reconocimiento no ha tenido efectos prácticos.

Aun teniendo como finalidad corregir los altos niveles de endeudamiento público, la llamada austeridad ha fallado espectacularmente incluso para tal fin. A principios de 2016, la deuda pública representa el porcentaje récord del 93% del PIB de la zona euro, cuando antes de aplicar tales políticas, no llegaba al 80%. En el caso de España, estamos hablando de una deuda que supone el 100% del PIB, cuando antes de la crisis no llegábamos al 70%. No quiero imaginar lo que podría suponer para las cuentas públicas un aumento de los tipos de interés.

El crecimiento conjunto de la zona euro, en 2015, ha sido un decepcionante 1,5%, y las previsiones del BCE para el año en curso se sitúan en el 1,4%. Evidentemente, esto es mejor que la recesión sufrida entre 2011 y 2013, pero cabría esperar un mejor comportamiento de una economía que se ha visto muy beneficiada por diversos factores, como un tipo de cambio favorable, que impulsa las exportaciones fuera de la zona euro, unos tipos de interés históricamente mínimos, y una caída espectacular del precio del petróleo.

Resulta evidente que la eurozona carece de impulso. Las empresas, a pesar de mejorar sus beneficios, no parece que estén dispuestas a asumir riesgos e invertir: las expectativas son de un futuro sombrío.

El BCE se ha quedado solo enfrentándose a la crisis e intentando animar la recuperación, primero a través de medidas convencionales de política monetaria, y desde hace ya algún tiempo a través de las llamadas no convencionales, cuya lista ha ido ampliándose y no deja de especularse con nuevas, mucho más agresivas, siempre en contra del criterio del ministro alemán de finanzas.

Podríamos decir que las políticas monetarias no convencionales, entre cuyas medidas destaca la expansión cuantitativa, han conseguido impedir una recesión severa y que no caigamos en deflación, pero, desde luego, están muy lejos de favorecer un crecimiento robusto y, ni tan siquiera, han sido capaces de conseguir que la inflación se aproxime al objetivo del 2 por ciento.

Ahora parece que las políticas no convencionales se están convirtiendo en convencionales y, a la vista del persistente bajo crecimiento y del riesgo de entrar en deflación en muchas economías avanzadas, si los Gobiernos europeos no cambian el rumbo de las políticas fiscales y siguen dejando al BCE que continúe su lucha en solitario, no es de extrañar que empiecen a surgir voces que reclaman medidas, de diversa naturaleza, basadas en la idea del 'helicóptero del dinero'.

En su Money Mischief, el Nobel Milton Friedman planteó qué es lo que sucedería si el Gobierno transfiriera dinero efectivo a los ciudadanos por ejemplo, arrojándolo aleatoriamente desde un helicóptero con la intención de reactivar la demanda de la economía. He leído mucho últimamente que Friedman llegó a proponer tal idea, cuando en realidad lo que hizo fue expresar que el dinero, lanzado desde el helicóptero, no generaría capacidad productiva adicional, por lo que el resultado final sería que los precios de los bienes y servicios de la economía aumentarían; esto es, que el único efecto sería generar una inflación indeseable. La cuestión está en que, ahora, son muchos los que piensan que más inflación no solamente es deseable, sino imprescindible. Y por ello, a pesar de las muchas dudas de toda naturaleza que genera una medida inexplorada hasta el momento como el 'helicóptero del dinero' (que se puede materializar sin necesidad de seguir al pie de la letra el símil de Friedman), hay cada día más gente, incluidos destacados economistas, que se atreven a plantearlo.

El asunto fue objeto de una pregunta a Mario Draghi en la rueda de prensa posterior al último Consejo del BCE. Y el presidente no pareció mostrar mucho asombro, ni incomodidad. Se limitó a responder que el Consejo 'aún' no había discutido esa medida, y que, conceptualmente, le parece interesante. Peter Praet, economista jefe del BCE ha reconocido que se trata de un instrumento extremo y, por tanto, la cuestión es «cuándo tiene sentido hacerlo». Hay quienes especulan, incluso, que es algo que pueda estar preparándose para la próxima reunión del Consejo del BCE, el 21 de abril próximo. No lo creo.

Es cierto que el dinero helicóptero, bien a través de recortes en los impuestos o de transferencias financiadas mediante dinero 'nuevo', quedaría directamente en manos de los hogares, para impulsar el consumo. Pero, realmente, ¿es esto política monetaria o es una forma de que el banco central traspase la frontera y esté haciendo política fiscal? En mi opinión, medidas de esa naturaleza estarían fusionando las políticas monetaria y fiscal.

En tal caso, ¿no sería mucho mejor una opción fiscal explícita, bien de los Gobiernos, bien de la Comisión, en una especie de plan Juncker más ambicioso y mejor diseñado?