El teatro Romea de Murcia se levantó sobre el terreno ocupado por un pequeño cementerio de dominicos expropiado a la Iglesia cuando la desamortización. Mientras desmantelaban el cementerio y los restos eran echados a un carretón para depositarlos en una fosa común, un fraile enloquecido lanzó una maldición sobre aquel edificio que iban a construir y que serviría como lugar de pecado y diversión mundana. «Ese teatro „auguró„ será pasto del fuego tres veces: la primera, a modo de advertencia, sin víctimas; la segunda, con un solo muerto, para que no se olvidé la maldición; pero en la tercera, con el edificio repleto de gente, el incendio será devastador y Murcia se llenará de cadáveres». El Romea ya ha ardido dos veces: la primera en 1877, tras una función y no hubo víctimas. Años después, en 1899, durante la representación de una obra, se incendió el teatro; a pesar de lograr evacuarlo por completo, el joven de 17 años Antonio Garrido entró a salvar su chaqueta. Al día siguiente, encontraron su cadáver calcinado. Desde ese día y recordando la maldición del fraile dominico de que ardería cuando estuviese al completo, el teatro Romea que tiene capacidad para 1179 personas sólo vende 1178 localidades, dejando un sitio vacío para que nunca se complete el aforo.