Cuando leí su biografía me sorprendí. No entendía cómo un hombre con un pasado como el suyo podía haber tenido un final tan triste y lamentable. Durante las primeras páginas del relato en el que el historiador cuenta cómo fue criado en una familia humilde y trabajadora, cuya principal creencia se basaba en el éxito como recompensa del trabajo duro y el esfuerzo, tuve que esforzarme por asociar a ese joven brillante con un futuro prometedor y lleno de posibilidades con el hombre rencoroso, paranoico y amargado que tenía ante mis ojos en la pantalla del televisor.

Hijo de un tendero tuvo que trabajar y estudiar desde los diez años. Su tesón y responsabilidad le llevaron a conseguir una beca para una de las universidades más prestigiosas de Estados Unidos. Rechazó Harvard a favor de la desconocida Whittier para estar más cerca de su familia. Durante sus años en el campus, a pesar de su escaso encanto personal y físico, logró destacar gracias a unas excelentes calificaciones, convirtiéndose en delegado de su promoción y participando en todo tipo de actividades culturales y deportivas.

Poco después de graduarse en Derecho y volver a casa, los ataques a la bahía de Pearl Harbor y la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial precipitaron los acontecimientos de su historia y la de otros cientos de jóvenes que no dudaron en alistarse en las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos para defender y servir al país. Durante su estancia en el Pacífico, en una posición alejada del enemigo, adquirió gran experiencia y habilidad jugando al póquer, juego cuya naturaleza ilícita fue de alguna manera el preludio de lo que después sería la batuta que marcó el transcurso de su actividad profesional.

El pistoletazo de salida en su carrera política fue como diputado del partido republicano a la Cámara de los Representantes en noviembre de 1946. A partir de ese momento demostró ser implacable en la lucha por el poder y la victoria dejando en la arena política nacional una huella imborrable de juegos sucios, sobornos y trampas que estuvieron a punto de acabar con su carrera para siempre durante su cargo como vicepresidente bajo la administración de Eisenhower en 1956.

Sin embargo, gracias al espíritu ambicioso que le caracterizaba y una gran capacidad política, valiéndose de maniobras oscuras, logró salvar el puesto en la vicepresidencia, permanecer en el frente político y cuatro años más tarde, durante el verano de 1960, pelear por la Casa Blanca contra Jonh. F. Kennedy.

La derrota supuso para él un duro golpe personal. Durante un tiempo abandonó la arena política, pero prometiéndose a sí mismo que volvería y que la próxima vez ganaría. Y así fue. Richard Nixon se convirtió en el trigésimo séptimo presidente de los Estados Unidos en noviembre de 1968.

La Casa Blanca fue su gran y última jugada. Como un mal jugador o un principiante delató la naturaleza de sus ´cartas´ frente a sus contrincantes, los periodistas Bernstein y Woodward que gracias a una ´mano´ veraz e independiente ganaron la partida al presidente poniendo sobre el tapete uno de los mayores escándalos políticos de corrupción y espionaje de la historia estadounidense.

Una escalera de color o Watergate. que terminó con las tácticas sucias de un jugador tramposo y ambicioso, poniendo de manifiesto las reglas por las que ha de guiarse todo buen periodista para ganar la ´partida´: buscar la verdad que esconden las mentiras y después ´levantarlas´.