Si recogiéramos la opinión de los ciudadanos acerca de qué es para ellos la elegancia, en la gran mayoría de los casos, en primer lugar, nos encontraríamos con caras que nos revelarían un «no sé cómo explicarlo». En segundo lugar, visionarían mentalmente a alguno/s de sus personajes predilectos del mundo del cine, de la televisión, del teatro, de la literatura, la música?

Y a continuación, harían mención a aquellas características que presenta su aspecto físico con alto grado de fotogenia, y pleno dominio del manejo del lenguaje de la moda. Probablemente usted haya pensado en Grace Kelly, Audrey Hepburn, George Clooney, David Beckham, Daniel Craig? Estos, entre otros muchos, se han convertido en referentes de masas distinguiéndose del resto, conectando con los diferentes públicos y, cómo no, creando tendencias.

Pero, realmente, la elegancia es mucho más. La pureza elemental de la elegancia radica en aquellas características que definen al sujeto potencialmente elegante. El sujeto deliciosamente elegante exhibe, cautiva y coquetea con sus cualidades físicas e intelectuales con prestancia, donaire, gallardía, distinción, sencillez, señorío, naturalidad, buen gusto, discreción, arte y excelencia, tanto en sus formas como en sus movimientos, conversaciones, pensamientos, actitudes y hasta en sus silencios.

Hay personas que nacen con esta cualidad innata, por lo que se puede afirmar que han sido agraciados con el don de la elegancia. Este tipo de personas poseen ese, no sé qué, qué sé yo, que te cautiva y hace crecer de forma repentina todos sus valores. Quizá no sea su belleza física, pero gozan de una serenidad y una templanza que invita a disfrutar de su sensibilidad estética, de su seductora conversación, y de un armonioso y equilibrado saber estar. Pero no desespere si no ha sido distinguido con este notable atributo, porque contamos con la posibilidad de desarrollarlo sometiéndonos a un entrenamiento y dedicación constante perdurable en el tiempo, hasta llegar a conseguir comodidad y una ineludible naturalidad. En la elegancia «menos es más». Es saber elegir y dirigir con coherencia una palabra, un gesto, una mirada, un movimiento, una sonrisa, un saludo, un complemento, un adecuado atuendo, una emoción, etc. Los individuos que disfrutan de esta virtud gozan de una extraordinaria armonía interior que se proyecta en su exterior: simpatía, sencillez, sinceridad, sobriedad, seguridad, sensatez, sensibilidad y serenidad.

La persona elegante siempre da lo mejor de sí, muestra su mejor sonrisa ante situaciones incómodas, intenta ser recordado pasando de puntillas, evita expresiones y palabras malsonantes, gestos groseros y ofensivos, a la vez de mostrar empatía en sus interacciones sociales.

Ser elegante no consiste en ahogar tus emociones, pero sí en ser cautelosos y comedidos a la hora de compartirlos con los demás en público. Nada contribuye tanto a la elegancia como el saber ser, el saber estar y el saber hacer.