En el penúltimo acto, los actores transformaron el patio de butacas en un escenario y a nosotros, los espectadores, nos convirtieron en personajes. Fue el momento más emocionante de la obra. Se estaba representando Un enemigo del pueblo, de Henrik Ibsen, que relata la historia del Dr. Stockmann, un hombre de principios que en defensa de una verdad incómoda se enfrenta en solitario a su ciudad, cuyos poderes fácticos intentan marginarlo y silenciarlo.

Convencido de tener la razón de su parte, cree que será recibido como un héroe y sin embargo acaba siendo etiquetado como ´enemigo del pueblo´ porque, apoyado en una opinión pública débil, sumisa y hastiada de la política, el poder consigue que los intereses económicos e ideológicos prevalezcan sobre la verdad.

Pero el héroe de la obra se rebela. No puede creer que en una democracia la razón no se abra paso. Si le han fallado la política y la prensa, recurrirá al pueblo. Así que solicita que se convoque una asamblea ciudadana y es entonces cuando los actores bajan al patio de butacas. Stockmann/Juan Gea todavía ignora que a menudo la verdad es lo último que la gente quiere escuchar. Pero lo quiera o no, él lo dice: «La mayoría puede tener el poder, pero nunca tiene razón. ¡Nunca, digo! Esta es una de las mentiras contra las que un hombre libre debe rebelarse».

Sus palabras provocan un gran revuelo en el teatro. Desde el pasillo, el redactor de La Voz del Pueblo le replica: «¡La mayoría siempre está en posesión de la verdad!», y lo hace Juan Antonio Molina apuntando con el dedo, en un gesto tan convincente que estoy a punto de aplaudir, pero me reprimo pensando que discrepo de eso que ha dicho. El alcalde, apoyado en la barandilla de la platea, interviene con la voz cavernosa de Juan Hervás, mientras Stockmann se mantiene en medio del pasillo, desafiante, bajo la luz de un foco que hace brillar las gotas de sudor en su frente. Finalmente, entregado a mi entusiasmo, rompo a aplaudir sin preocuparme ya de si lo hago como espectador o como ciudadano de esa asamblea del pueblo.

Escrita en 1889, con esta obra Ibsen alertaba contra el peligro que supone una democracia sustentada en la corrupción y la mentira. En el teatro Romea se ha vuelto a escuchar su denuncia. Y esta vez la advertencia de que en la política no podemos ser solo espectadores sonó más actual que nunca.