Compré el libro por casualidad. Empecé a leerlo sin mucho entusiasmo. Pensé que se trataba de una novela de intriga más y que seguramente no estaría a la altura de mis expectativas. Ese verano me había leído toda la serie del inspector Harry Hole y estaba firmemente convencida de que no había pluma mejor que la de Jo Nesbo para la novela negra.

Me equivoqué juzgándola. No se trataba de un libro del montón. Lo supe unos meses después cuando descubrí que tras los matojos del relato de ficción de Ryan David Jahn sobre el asesinato de Katrina Marino se ocultaba la historia de un crimen real que conmocionó a la sociedad neoyorquina debido a los detalles vergonzantes que envolvieron el crimen de una joven de 19 años.

Kitty Genovese fue apuñalada y violada, en las inmediaciones de su apartamento en Kew Gardens, un barrio de Queens, en presencia de 'testigos' que no sólo no quisieron escuchar los gritos de la chica pidiendo auxilio mientras era atacada sino que en algunos casos incluso llegaron a subir el volumen de sus transistores haciendo gala de una dejadez cívica sin precedentes.

Tras la muerte de la joven y su repercusión en la opinión pública, algunos vecinos corrieron a justificarse a los periodistas de los principales medios de comunicación del país con pretextos insensibles que dejaron en evidencia su frivolidad y escasa catadura moral. Por ejemplo, un hombre anónimo que presenció el ataque declaró que no llamó a la Policía por temor a verse implicado. Otros vecinos se defendieron argumentando que oyeron los gritos pero que al no ver el ataque no sabían qué estaba pasando.

Sin embargo, a pesar de todo y de las circunstancias especiales que rodearon el asesinato de Kitty Genovese, su muerte sirvió para despertar las conciencias de miles de ciudadanos que comprendieron que no hacer nada es casi tan grave como cometer un delito y que 'mirar' no significa ser testigo, sino cómplice.

El caso Genovese tuvo un impacto tan inesperado como afortunado para la convivencia de la sociedad estadounidense: bomberos y policías propusieron la creación de un número único, 911, para centralizar las llamadas de emergencia y los vecinos de diferentes estados de todo el país, crearon patrullas vecinales para vigilar sus barrios.

En 1968, cuatro años después del asesinato de la joven, los psicólogos John Darley y Bib Latané, analizando la reacción de los vecinos de Kitty Genovese, demostraron que en una situación de emergencia es poco probable que alguien intervenga cuando hay más personas que cuando está solo. Un fenómeno al que se bautizó como 'efecto espectador' o 'síndrome Genovese', paradójico y aparentemente carente de sentido cuya explicación por parte de la Psicología Social es que los 'espectadores' encuentran en la apatía de los demás la coartada perfecta para difuminar en el grupo la responsabilidad.

Una ignorancia colectiva o 'efecto espectador' que, medio siglo después, en una sociedad supuestamente avanzada y renovada está más presente que nunca en aquellos que en teoría tienen vocación de servicio público. 'Gritos' que todo el mundo oye, pero que nadie quiere escuchar.