Tal vez haya sido el destino y es que esta semana he escuchado mucho hablar sobre autoridad. Desde el párroco de la iglesia donde escuché misa el pasado domingo, hasta los debates televisivos de horario nocturno de los que soy un asiduo aficionado, pasando por los discursos de los líderes de los principales partidos políticos a nivel nacional, la palabra 'autoridad' les ha servido para argumentar su discurso de turno. Y yo no voy a ser menos.

Y, claro está, oír hablar a un cura de autoridad, pues puede ser interesante, según de lo que hable, claro está; pero no me negarán que escuchar a algunos políticos hablar de autoridad, cuanto menos, nos ha de poner en alerta.

La autoridad es potestad, es legitimidad, también poder, y puede definirse como prestigio, como el mérito de una persona u organización en su calidad o competencia sobre cierta materia. ¿De verdad que algunos políticos pueden hablar de autoridad? Aún tenemos un Gobierno en funciones, y a la vista de las circunstancias no parece que se vaya a solucionar rápidamente. ¿Es esa correcta definición de autoridad?

Es como cuando les escuchamos decir eso de «el pueblo ha dicho?» arrogando una capacidad de pronunciamiento común e indivisible, como si existiera una voluntad colectiva en los pueblos de España. Personalmente creo que eso no es así, creo que cada uno cuando va a votar no va pensando en que se pongan de acuerdo tal con cual partido, ni cosas por el estilo; cuando uno va y vota quiere, en general, que gane el partido que ha votado, por eso lo vota. Pero, bueno, otorgando autoridad a esos políticos que dicen que «el pueblo ha dicho», vamos a actuar como actúan los buenos economistas y vamos a suponer que es verdad eso de que «el pueblo ha dicho»:

El pueblo ha dicho que gobierne Rajoy, que por eso ha ganado las elecciones. Pese al descalabro experimentado por el Partido Popular, los españoles o 'el pueblo' quiere que siga gobernando él. Como también quiere el pueblo otra cosa que no es precisamente que se pongan de acuerdo los políticos de distintos partidos: A mi humilde juicio, el pueblo lo que quiere, lo que realmente quiere, es cambiar el modelo de elección de presidente del Gobierno. Creo que el pueblo de lo que se ha dado cuenta es de que no es bueno que el poder legislativo esté al servicio tan directo del poder ejecutivo. Lo que quiere el pueblo es que exista un Congreso de los Diputados eficiente, que se encargue de aquellos temas básicos de relevante trascendencia para la convivencia de todos los ciudadanos y no quiere un Congreso de palmeros y hooligans. El pueblo quiere que no anden entretenidos en memeces, dejen gobernar al Gobierno y, a su vez, ejerzan una verdadera tarea de control y seguimiento de las actuaciones del Ejecutivo.

El pueblo ha dicho que quiere sentido común, y el sentido común, al menos el mío propio, me lleva a afirmar que el pueblo ha refrendado nuestro modelo de convivencia. Nuestro modelo de convivencia, nuestra democracia, nuestra economía social de mercado, esa que acordaron hace unos años, es la que queremos y es la que funciona. Y la mayor y mejor prueba de ello es que en este último proceso electoral se ha podido comprobar como los españoles han corregido de un plumazo la brecha generacional que se podía comprobar en términos de representatividad y representación de los gobernantes y gobernados. Paralelamente, el pueblo ha dicho y bien dicho que podemos vivir y convivir en perfecta armonía, y buena muestra de ello es que otorgan, como buena sociedad liberal, capacidad de pronunciamiento en Cortes a todo el que quiera hacerlo aunque sus ideas sean obsoletas, caducas, ineficientes e inservibles para los tiempos que corren. El pueblo ha dicho, y bien dicho, que quiere poder elegir al presidente del Gobierno al margen de la composición del Congreso, y además quiere hacerlo en fechas distintas, para que este control anteriormente referido sea eficiente.

Y suponiendo que es verdad que «el pueblo ha dicho» pues hete aquí otra conclusión: Llevamos años en los que estamos observando una paulatina pérdida de valores, hasta su total ausencia, por cuanto a sentido de trascendencia del ser humano. Vivir bien y ser digno de ello, ayudar al prójimo y pensar en los demás antes que en uno mismo, ya no se estila. Es el dinero quien manda. Tanto tienes, tanto vales. Pero, claro, como no hay mal que por bien no venga, sigamos suponiendo que «el pueblo ha dicho», por lo que, teniendo en cuenta la paulatina pérdida de valores comprobada, la elevación del dinero al rango de Dios supremo, y la situación de Gobierno en funciones que tenemos, voy a recordar una cosa que «el pueblo no ha dicho»:

El pueblo no ha dicho que los diputados cobren por no hacer su trabajo. El pueblo no ha dicho que pueden disponer de ipads, iphones y maletines de Loewe, además del sueldo y de la tarjeta para taxis de medio millón de pesetas de saldo, etc. si no son capaces ni de elegir Gobierno. El pueblo y los ciudadanos reconoceremos la autoridad en el sentido anteriormente definido, pero ningún político debería olvidar que la autoridad implica, además, el derecho del pueblo a ser bien gobernado, a que exista una autoridad, en este caso otorgada, para que se garantice una mejor vida de la que se podría tener sin la existencia de la citada autoridad.

Por lo tanto, aceptemos barco como animal de compañía, otorguemos la autoridad a nuestros políticos aunque no sean capaces de ponerse de acuerdo, aceptemos eso de que «el pueblo quiere» lo que ellos digan que queremos, aunque bien saben, tanto ustedes como yo, que si les quitan los ipad, los iphones y los taxis, y hasta el sueldo, es decir, si los suspendiéramos de empleo, prebendas y sueldo por estar más de tres meses sin hacer su trabajo, hablaríamos de otro tipo de autoridad, dado que, por más que se empeñen, todos sabemos que la autoridad, la verdadera autoridad, se inspira.