El Gordo saluda con un cachete cariñoso a Louis cuando el boxeador le abre la puerta del Black Horse. El antiguo campeón sonríe, mostrándole a su jefe el camino a casa con una mano sobre la que podría jugarse un partido de tenis.

El Gordo se detiene en la entrada, se pasa una mano por el pelo, observa y asiente. Llevaba varias semanas fuera, atendiendo algún negocio y desentendiéndose de algunos otros. Echaba de menos su bar. Un lugar en el que siempre son las cuatro de la madrugada de una noche lluviosa de otoño; donde la penumbra es luminosa, la música te empapa los huesos y una caída de pestañas inspirada puede hacer volar tu sombrero hasta el otro extremo de la sala.

Todos le saludan con respeto. Él sonríe, palmea espaldas y estrecha manos mientras camina hasta uno de los reservados. Este es su ecosistema y él es el macho alfa de la especie dominante. Hasta la música suena mejor cuando el Gordo está en el Black; como si su presencia espesara el aire y caldeara el sonido.

Esta noche nadie tiene prisa. Charlamos, bebemos y pasamos un buen rato escuchándole hablar de su pelea con un griego tuerto de más de dos metros, y de lo tentadores que resultan los cantos de las coristas cuando uno está lejos de casa. Todo va bien hasta que él pregunta por Sally y nosotros encontramos un lugar donde esconder los ojos.

La chica del Gordo no ha venido mucho últimamente por aquí y todos sabemos que no es de las que destejen de noche lo que tejieron de día. Las dudas se esfuman cuando se callan las luces y Sally aparece en el escenario. Entonces se produce el milagro de los hombres sin párpados. Sally causa ese efecto. No tiene una gran voz, pero su forma de moverse hace que sientas la urgencia de relinchar.

Cuando termina, el Gordo se acerca al escenario. Sally se recoge el vuelo del vestido con una mano, mientras se apoya con la otra en el brazo del Gordo, que la mira con intensidad casi táctil. Ella le sujeta los ojos con los suyos y le pide paciencia. Sally tiene carácter. Es inteligente, contradictoria, desconcertante. Eso es lo que vuelve loco al Gordo, una mujer capaz de escribir un poema de amor en el reverso de los papeles del divorcio.

Un silbido rompe la magia. Es un sonido zafio, producido por un tipo ebrio que se apoya en la barra, satisfecho de su proeza. El Gordo se le acerca muy despacio, le agarra por la nuca y atrae su cabeza hacia sí. Lo que le dice al oído hace que al otro se le salgan los zapatos. Ha tenido suerte. Hoy el Gordo está de buen humor. La noche promete; su bar vuelve a estar abierto.