Hay una calle en el pueblo de Mójacar cuyo nombre es Salsipuedes. Es una calle corta, estrecha y muy empinada. Casi vertical. Forma parte de ese conjunto abigarrado de casas blancas encaramadas a la montaña que me sigue dejando boquiabierto cuando me doy una vuelta por ahí.

Desconocía que existiera esta calleja cuando me topé con ella de noche la pasada Semana Santa. Estaba allí, apartada, apenas iluminada por la luz de la luna, envuelta en un halo de embrujo y misterio.

Ahora que hemos vuelto de Mójacar, de la playa, de sacar al santo o, simplemente, de ninguna parte, y nos encontramos que estamos como antes de irnos, o si me apuran, incluso peor, no puedo evitar compararla con el otro callejón corto, estrecho en que nos hemos metido tras las elecciones del 20-D. Un impasse, tan inclinado, casi vertical, que nos empuja inexorablemente, cuesta abajo y sin frenos, contra el muro de las próximas elecciones.

La calle Salsipuedes es a la política lo que la calle Melancolía ha sido al amor, versión Joaquín Sabina. A nosotros también nos gustaría cambiarnos al barrio de la Alegría, donde hubiera acuerdos y pactos que devolvieran la ilusión a tantos españoles que tras el cuatrienio negro fueron a las urnas a depositar una papeleta con una consigna clara: ´cambio´. Lo malo es que en estos tres largos meses postelectorales, con investidura fallida incluida, no hemos hallado en los partidos, como diría el cantautor, «más que puertas que niegan lo que esconden».

Por ejemplo, cuando se dice que se está dispuesto al acuerdo y al compromiso, y luego entre bambalinas, se juega abiertamente a dejar correr el tiempo a la espera de nuevas elecciones. Es el caso del PP y de un sector de Podemos. Uno busca una mayoría suficiente que le permita gobernar con Ciudadanos; el otro, sobrepasar al PSOE para convertirse en el partido hegemónico de la izquierda. O sea, lo que se conoce como el cuento de la lechera. El PSOE y Ciudadanos, por su parte, han llegado a un acuerdo, meritorio, pero tan precario que por sí solo tiene el recorrido aritmético que ya conocemos. Lo que esconden las puertas que cierran uno y otro, lo sabremos, llegado el caso, en las próximas semanas o meses. Sobre todo, si tras una de ellas se encuentra agazapada Susana Díaz dispuesta a salir a escena.

Llegados a este punto, poco se puede esperar de lo que vaya a dar de sí el encuentro previsto entre Pablo Iglesias, Albert Rivera y Pedro Sánchez para los próximos días. Mientras que Ciudadanos y Podemos se sigan vetando mutuamente, de este callejón no se podrá salir. Y eso que afuera, en la calle, donde la vida bulle, hay multitud de problemas esperando soluciones. El del paro es uno de ellos, pero no el único. También esperan los ciudadanos medidas para mejorar las condiciones laborales, para atajar de forma ejemplar la corrupción, para paliar la creciente desigualdad social, para ayudar a los refugiados sirios, que tanto nos recuerdan a los refugiados republicanos españoles, para combatir el terrorismo yihadista o para contribuir a establecer un orden internacional justo.

Salid si podéis, sabéis o queréis de este atolladero es el reto que deberán afrontar los partidos en el escaso mes de prórroga que queda antes de que expire el plazo de las negociaciones. Parece que algunos ya han tirado la toalla. Renuncian a salir pensando que en otra vida, con nuevos comicios, les irá mejor. Es jugar con la paciencia de muchos ciudadanos convencidos de que si no saben salir de ésta, no hay ninguna garantía de que sepan salir de la próxima, que por lo que parece no será muy distinta.