Para convertirse en un ser grande hay que pensar a lo grande, aspirar al máximo y comportarse, claro está, como merecedor de tan privilegiada posición. Esta es la razón por la que la calidad empresarial de nuestro país es tan mediocre. No es cuestión de números, por mucho que a la mayoría de esclavistas con corbata les obsesionen los ceros, sino que se trata de un problema de actitud, que es la que a la hora de la verdad encandila o espanta a los deseados beneficios. Beneficios, interesante concepto necesitado de una apremiante revisión.

La actitud es la que nos encamina a unos hacia el éxito y a otros hasta la oscura miseria. Pero claro, antes incluso de plantearnos siquiera el plan de trabajo de nuestra empresa sería casi más necesario redefinir eso que entendemos por éxito empresarial. Veamos. En España contamos con hombres y mujeres con negocio propio posicionados pero que muy bien en las famosas listas de los más ricos del mundo. Caso clásico, el de Amancio Ortega Inditex, un hombre que sólo en alquiler de inmuebles gana cuarenta millones de euros al año, calderilla comparado con sus ingresos por dividendos (mejor ni se los enseño€). Vamos, que si a este hombre le diera por la filantropía podría asegurar las pensiones en favor de familiares durante bastantes generaciones, con subidas anuales incluidas, a lo dubaití y sin enterarse. Ni él ni el resto de su estirpe tendrán que preocuparse nunca jamás por su cuenta corriente. Y a pesar de todo nunca se toparán ustedes con una fotografía en la que Amancio tenga la más leve intención de sonreír. Lo mismo se debe a que este presunto gran empresario es consciente de la precariedad que reina detrás de tanta brillantina. Contratos miserables, ensamblajes en países sin derechos laborales y becarios que en nuestro país no se distinguen muchas veces de los niños esclavos de la India.

Es ahí donde yo quería llegar. ¿Cómo vamos a alcanzar la mayoría de edad en cuestiones de economía si hemos casi cuadruplicado el número de becarios en dos años, el 61% de los cuales no ve ni un céntimo por darle al cayo como cualquier trabajador con nómina?

Seguimos anclados en la versión del látigo, del insulto ante un buen hacer y el castigo con alevosía frente al mínimo despiste. Unos pocos se hacen muy ricos y derivan beneficios a paraísos fiscales mientras se aprovecha de la mayoría, absolutamente desmotivada. Y encima hay que estar agradecidos por la oportunidad. Pensemos de una vez a lo grande, reinventemos objetivos, pues ya está más que demostrado que acompañar de beneficios sociales a los meramente monetarios hace crecer a estos últimos sin margen de error.