Durante años, por razones de trabajo, tuve que tomar muchos aviones para viajar, fundamentalmente, por España. A Madrid iba varias veces al mes. Solía tomar el primer avión que salía sobre las 7 de la mañana desde Alicante o San Javier, y volvía en el de las 13.30 así que, tres cuartos de hora después, estaba de nuevo por estas tierras y podía dedicar la tarde a otras tareas. Cuando viajaba a ciudades del norte, como Santander, Santiago o Bilbao, tomaba cuatro aviones en el día: por ejemplo: San Javier -Madrid, Madrid - Bilbao, Bilbao - Barcelona, Barcelona - San Javier, y así, en doce horas, conseguía llevar a cabo mi trabajo, que, generalmente, consistía en asistir a una reunión, o ver personalmente una exposición, una subasta o algo más relacionado con el arte que me habían encargado que viera.

Fui por lo tanto un usuario habitual de este medio de transporte y ejercí el trabajo al que refiero durante doce años. Lo compartía con otras actividades, es decir, que era un pluriempleo, así que me interesaba invertir en ello el menor tiempo posible y los aviones eran la mejor solución.

Cuando surgió el proyecto de construir un aeropuerto en Corvera no lo vi necesario. Una vez que te subes al coche para ir a tomar un avión, y acostumbrado a otros aeropuertos españoles y extranjeros que suelen estar a mucha más distancia de las ciudades de lo que están los de San Javier o Alicante, la verdad es que parecía un gasto muy importante para dar ese servicio, pero nos vendieron tan bien la idea de que ese aeropuerto iba a ser una fuente de riqueza para la Región que acepté que yo podría no tener razón al considerarlo superfluo. Más tarde, cuando se construyeron los accesos, las autovías que nos llevarían desde la de Murcia - Cartagena, con sus indicadores, con sus carriles bici, antes de que se terminara el aeropuerto, comencé a mosquearme muy seriamente. Se estaba invirtiendo tanto dinero que veía necesario en otros menesteres más urgentes que aquello comenzaba a clamar al cielo.

Con respecto a los carriles bici escribí aquí una bordería. Dije que ya podríamos ir a tomar el avión en bicicleta, con la maleta en la cesta del manillar, y que, si se venía del este de la Región, que es una superficie más llana, sería más fácil que si teníamos que subir el puerto de la Cadena pedaleando, que íbamos a llegar al aeropuerto echando los bofes. Cuando se publicó este comentario, un consejero del Gobierno de entonces me llamó por teléfono, y me dijo, poco más o menos, que parecía tonto, que por supuesto los carriles bici no eran para los pasajeros, sino para los habitantes del poblado que naturalmente surgiría en aquella zona en cuanto el aeropuerto estuviera en uso. Era una cuestión de previsión. Visto lo que ha sucedido, echen ustedes un cálculo del tiempo que falta para que los empleados del aeropuerto decidan vivir en unas casas que se construirán cerca de sus puestos de trabajo, y cuándo montarán en bicicleta. Y, puestos a calcular, calculen lo que cuesta cada kilómetro de carril bici.

De todo lo que ha pasado después han tenido ustedes buena información en este y en otros medios. Solo Dios sabe el dinero que nos ha costado ya a los murcianos el aeropuerto de Corvera -algún día se echarán las cuentas - y el cúmulo de decisiones equivocadas, tomaduras de pelo, firmas de cosas que nunca debieron firmarse, etc., etc., etc., que se han hecho. Es cierto que el Gobierno regional actual se está empleando a fondo para poner las cosas en su sitio, aunque he de pedirle, por favor, que no dé una fecha de apertura del aeropuerto más (ni del AVE) hasta que no tenga una mediana garantía de que lo que dice puede ser cierto.

Por fin tenemos las llaves. A ver si ahora arranca la cosa, o esta situación es solo un punto y seguido en esta historia interminable del aeropuerto de Corvera, en el que el único que parece tener seguro su futuro es un pájaro, y no de cuenta, sino un halcón peregrino.