La vida es tan sencilla y compleja a la vez que pende casi siempre de unos pocos parámetros, entre los cuales sobresalen dos: coherencia y efectividad. Habrá quien los vea en un sentido material, explícito, de pura claridad, aunque lo cierto es que no es fácil desentrañar la potencia, la carga, que poseen ambos vocablos, que distraen con sus aspectos más elocuentes pero que albergan unas dosis de aprovechamiento en pos de la felicidad que les hacen tremendamente atractivos.

Coherencia implica un aprendizaje de uno consigo mismo, un entenderse a pesar de todo y por encima de todo. Quiere decir que somos capaces de hacer aquello que se espera porque es con lo que nos sentimos más cómodos y capaces, más dichosos también. Somos, desde esta apreciación, nosotros mismos. Uno agrupa, cuando es coherente, los actos que ejerce, sus decisiones, sus trayectorias, sus investigaciones, al igual que sus amigos, sus catalogaciones, sus labores, sus anhelos? con el fin de dar con aquello que satisface de verdad. La persona, con este tipo de actitudes, se mueve a favor de la tranquilidad, por la que labora constantemente.

Este término se asocia intrínsecamente con el de efectividad. Se persigue, con esta postura, optimizar tiempos y espacios, sacar provecho a cuanto somos, a lo que podemos realizar, sin miedo al fracaso, superando el destino que, a menudo, puede ser esquivo u hostil. En paralelo, en la antesala, en la eficacia, si creemos en ella, si la compartimos, si la fecundamos como un estilo de vida, mostramos que somos seres que conciliamos pensamientos y actos en la medida en que perseguimos esa coherencia que comentamos. Las caras de la misma moneda se han de juntar con precisión para que circule a la velocidad más generosa.

No olvidemos, pese a lo que reseñamos, que las opiniones y ópticas son relativas, como la percepción de los eventos. No todo es bueno, ni malo... Cambiar de cristales nos regala una contemplación excelente y más gratificante. Como suma a lo hasta ahora afirmado seamos bondadosos y caritativos.

Los elementos decisivos, como los valores, son pocos. Conviene tenerlos nítidos para no olvidarnos del espíritu que nos ha de embarcar en las ingentes aventuras que nos circundan. Plantemos, pues, los pies, como los viejos vikingos, ante la faz de los acontecimientos y tratemos de impedir que éstos nos lleven por ahí a su albur, lejos, donde no queremos.

Vivir del arrojo y del sacrificio, de la valentía, es la base para un presente real y para un futuro dinámico. No nos estemos quietos, que la historia se agota. Reparemos en las esencias con la voluntad de descargarnos de aquello que no merece la pena. Ser coherentes es igualmente palpar estas reflexiones.

Y todo ello desde la afición más leal, y sustentando nuestros hechos con convencimientos plenos, con singulares jovialidades que nos han de expandir con cohesión hacia aquellos logros que nos propondrán salidas y certezas que nos solidaricen, que no nos dividan. Apaguemos las velas que queman y sepamos movernos con empatía y asertividad hacia los ideales que nos validan con sellos cargados de caricias y de óptimos fines.

No pidamos para los demás lo que no anhelamos para nosotros mismos. Apliquemos el aserto al contrario: hagamos por los otros lo que ansiamos personalmente. Todos andaríamos más contentos con esta divisa, que deberíamos rubricar con solvencia y coraje. Tengamos presente que, cuando se unen lo que decimos, lo que pensamos y lo que efectuamos, el universo marcha mejor empezando por nuestros corazones y llegando a las mentes. Unos y otras son las bases del cosmos. Pensar y movernos con ese parecer es crucial para la calma y la jovialidad, que suponen, si somos coherentes y efectivos, el no va más.