Culmina hoy, Domingo de Resurrección, la Semana Santa, diez días en los que las ciudades y pueblos de nuestra Región viven el relato de la pasión, muerte y resurrección de Cristo en los desfiles pasionales que recorren sus calles y cuyas imágenes pueblan sus iglesias.

La Semana Santa es una expresión cristiana, es decir, una manifestación religiosa que el paso del tiempo ha transformado en una tradición que forma parte de la genética popular de nuestro país. El componente dogmático es en muchas familias el testigo de una costumbre que pasa de padres a hijos, una herencia, un legado inmaterial pero mantenido y conservado con gran orgullo. Junto a la tradición, la Semana Santa ha ayudado a atesorar un valioso patrimonio histórico y cultural acumulado durante siglos y enriquecido año tras año. Conservado por las cofradías y cabildos y expuesto en las iglesias, muchas de sus piezas, tronos y pasos han recibido el reconocimiento de su valor artístico a nivel internacional, lo que eleva su atractivo e interés.

Por tanto, junto a la fe, el fervor y la devoción, las procesiones reúnen elementos que las distinguen como expresiones de la identidad de nuestro pueblo, lo que implica nuestro deber de trabajar para preservarlas y ampararlas. Ese ha sido el sentido de la moción que el Partido Popular ha impulsado en la Asamblea Regional, aprobada unánimemente por todos los grupos con representación en la Cámara. Algunos pueden considerar esta iniciativa algo reiterativa, una afirmación innecesaria porque el valor de la Semana Santa es incuestionable; sin embargo, la corriente laicista surgida tras la llegada a las instituciones de partidos representativos de la izquierda radical ha puesto en cuestión estas manifestaciones comúnmente aceptadas y socialmente reconocidas. Aquí, en nuestra Región, Cartagena Sí se Puede, la marca blanca de Podemos en el ayuntamiento de Cartagena, ha puesto en cuestión alguna de nuestras tradiciones más antiguas, como la entrega de la Onza de Oro al hospital de la Caridad o la salida de la Corporación municipal tras la procesión marraja del Santo Entierro. En Murcia, su moción iba dirigida a incluir a esta ciudad en una red de ciudades laicas para intentar favorecer los actos civiles y mermar la colaboración municipal con aquellos de tinte religioso. Fuera de nuestra Región, vemos como el famoso alcalde Kichi de Cádiz ha recortado la subvención a la Semana Santa, tal y como ha hecho también su compañero de partido en Santiago de Compostela, que prefiere que los fondos públicos fomenten tradiciones musulmanas.

Ante este escenario, desde el Partido Popular consideramos que no es gratuito ni redundante que quienes representamos la voluntad de los ciudadanos tratemos que los poderes públicos mantengan el compromiso con las manifestaciones y tradiciones culturales de la Región; ellas forman parte de nuestro patrimonio cultural y son un elemento distintivo de nuestra tierra, son expresiones vivas heredadas de nuestros antepasados y transmitidas a nuestros descendientes, muchas de ellas declaradas Bien de Interés Cultural Inmaterial, como las Fiestas de la Virgen del Castillo de Yecla o la Fiesta de los Tambores de Mula; tamboradas que se desarrollan durante la Semana Santa, además de en Mula, en Moratalla y en Cieza. También las Fiesta de las Cuadrillas de Barranda, los Caballos del Vino de Caravaca, La Aurora Murciana, una de las más antiguas y genuinas manifestaciones populares colectivas de la Región de Murcia, y, más recientemente, La Mañana de Salzillo, del Viernes Santo en Murcia.

Al componente cultural debemos añadir el económico. No podemos olvidar la repercusión que la celebración de estos acontecimientos tiene en el sector turístico; sólo en la Comunidad Autónoma de Murcia se ha previsto la creación de 20.000 contratos nuevos en esta Semana Santa, trabajo vinculado al sector servicios fundamentalmente, unos días donde la ocupación hotelera ha superado el 90%, un efecto económico positivo que beneficia a miles de ciudadanos, autónomos y empresas.

Los responsables públicos tenemos la obligación de velar por la conservación de nuestras tradiciones, no cuestionarlas por prejuicios políticos y religiosos, dejar que los ciudadanos tengan la libertad de elegir, porque es ese acervo cultural cuidado y mantenido durante siglos el que ha forjado la identidad del pueblo murciano.