No me toméis por un puritano. En su justa medida, la contradicción no es tan mala: sin ella no existiría la dialéctica, por ejemplo. Un mundo sin contradicción, poblado tan solo por zombies monocromáticos, daría mucho miedo, ¿no? Imaginaos un The walking dead ideológico, donde tú tratas de exponer una incoherencia (¿tiene sentido luchar contra el paro abaratándolo? por ejemplo, o ¿es cristiano recortar en Dependencia?) y el votante que tienes delante te mira con cara de que hay un ángel llamado Marcelo que le ayuda a aparcar. Con cara de que es el alcalde el que quiere que sean los vecinos el alcalde. Y como lo ves dudando le vuelves a repetir la pregunta, a ver si lo tumbas disparándole en su propia incoherencia. Pero quiá. Son inmunes. Lo único que entienden es que tus sesos tienen que estar súper ricos. En un país normal estarías fregando suelos, te contestan. Según las últimas encuestas, ese país distópico donde los españoles serán muy españoles y mucho españoles no está tan lejos en absoluto.

Pero también os digo que en el campo de las izquierdas se nos está yendo la mano ya, con la contradicción. Hasta hace unos años era una cosa que hacíamos en Nochevieja, en cumpleaños y ya. De un tiempo a esta parte, sin embargo, no hay visita que no aprovechemos para sacar la mandanga, ¿sí o qué? Igual nos está sentando mal la bonanza (o el aumento de las visitas), pero últimamente estamos empezando a quedar con el único plan de contradecirnos, de segmentarnos, de escindirnos, de montarnos nuestra facción, nuestro grupúsculo, nuestra familia, nuestro grupo de whatsapp y, en última instancia, nuestro espejo espejito. Encima del lavabo. Y a lonchear.

¿Qué fue de todos los planes que teníamos juntos? ¿No íbamos a limpiar esto de zombies, para empezar? ¿Qué fue de las joyas que nos regalaron el pasado mayo, en las ciudades con confluencias, los Ayuntamientos del cambio y la unidad popular? ¿Las hemos vendido en un Cash Converters, para ir a pillar? Se ve venir por el horizonte que habrá repetición de elecciones, justo después de la primavera que acaba de comenzar. Me barrunto que nos afeitaremos, nos lavaremos la cara. Un poco de base de maquillaje en las ojeras, trucos así, de los que estamos aprendiendo en abundancia desde que solo nos movemos entre camellos y asesores de campaña. Sonreiremos a boca cerrada, para que no se nos vean los dientes, y diremos que lo tenemos todo controlado. Que podemos dejarlo cuando queramos, tete. Y pediremos un voto.

Pero que esta vez sí que no. Que no es para vicios. Que es para un nuevo país. O un país contigo. O para el autobús. Enróllate, primo.

O podemos hacerlo bien, por una vez.