El desencuentro a que asistimos en estos momentos entre las izquierdas no es nuevo. Es tan antiguo como tiempo tienen las formaciones nacidas para defender los derechos civiles, sociales y laborales. Parece que lo llevaran en su ADN. De hecho, no hay día que pase en este endiablado proceso de formación de gobierno que no quede patente esta cruda realidad.

¡Qué desperdicio de votos! ¡Qué desperdicio de tiempo y energía! ¡Cuántas ilusiones tiradas por la borda! Ahora y siempre. En este post-20D y a lo largo del siglo XX, por no irnos más lejos. De no haber existido esta guerra ´natural´ entre las izquierdas, alguien la hubiera inventado. La derecha, por ejemplo, que ha sido la gran beneficiada de esta confrontación permanente. No por casualidad le ha permitido gobernar, casi ininterrumpidamente, a lo largo de todo el siglo pasado, conservando en el escaso periodo de tiempo en que no lo ha hecho el poder fáctico y económico.

Capuletos y montescos son aquí posibilistas y utópicos. Socialdemócratas o revolucionarios. Integrados y apocalípticos. Como si por encima de todo no estuviera la defensa de los valores democráticos y de los derechos de los más desfavorecidos. Como si se pudiera concebir cualquier proyecto social sin el componente realista, por un lado, y el idealista, por el otro, como caras de una misma moneda.

Nadie duda de la complejidad del actual momento político en que vivimos. Los ciudadanos han querido un Parlamento fragmentado, y a eso tienen que atenerse quienes quieren gobernarnos. Descartado el apoyo de los independentistas, ni por parte de la derecha ni de la izquierda se vislumbran mayorías de gobierno claras, coherentes y estables, así que habrá de rendirse a la realidad. En la actual tesitura, sólo con el apoyo de Ciudadanos por la derecha y de Podemos e IU por la izquierda se puede plantear un proyecto de cambio democrático. Si Rivera e Iglesias no lo entienden así, nos abocan a unas nuevas e inciertas elecciones, y lo que es peor, condenan a muchos ciudadanos a la melancolía y frustración políticas, cuando no al hartazgo y al desapego.

En el campo de la izquierda, el exfiscal Villarejo, que no es sospechoso de nada, así lo ha entendido. Más allá de razonables discrepancias y de diferencias en los respectivos programas de cambios sociales y políticos, se debería coincidir en un objetivo común y urgente: la salud democrática del país y la salvaguarda de los derechos y el bienestar de los ciudadanos. Algo que pasa inexorablemente por un acuerdo de investidura apoyado por PSOE-Podemos-Ciudadanos e IU. Quienes se estén retorciendo en sus sillas y gritando ´anatema´ o ´traición´ ante esta evidencia deberían pararse a pensar si, con los actuales mimbres, se puede confeccionar un cesto mejor. El todo o nada ya se sabe donde suele llevar.

Ni siquiera Manuela Carmena ha descartado esta posibilidad. La sustituta-heredera del viejo profesor no ha podido definir mejor esta tabarra: «A veces los políticos parecen niños grandes jugando a ver quién coge la pelota». Lo que importa ahora es que dejen de joder con ella.

Se equivocan quienes piensan que el votante de izquierdas, en sus distintas variantes (PSOE, IU, Podemos) es monolítico. O que da cheques en blanco para que se inviertan en la Bolsa de la especulación política. La pluralidad, que es signo de salud democrática, no puede convertirse en obstáculo insalvable para el acuerdo.

¡Pobre votante de izquierdas, si no entienden esto sus dirigentes!