En esta época boba, la cháchara coach supera a cualquier otro discurso de aprendizaje. Hay una línea de entrenadores que trabaja con éxito sobre el fracaso. Como el trabajo antes conocido como empleo se acabó para siempre -y el que hay es una pura mierda- se está animando a la gente a que emprenda y se le aconseja que no se traumatice si se equivoca, que es lo normal: sólo 2 de cada 10 nuevas empresas sobreviven más de cinco años. Incluso entre los pocos que triunfan se dan casos de personas que fracasan porque no saben gestionar el éxito. Si hay fracaso hasta en el triunfo está bien quitarle hierro a fallar, algo psicosocialmente tan ferruginoso que inhibe las ganas de intentarlo a mucha gente.

Pero les va tan bien a los gurús del malogro y se oyen tantos mensajes de los entrenadores en batacazos que parece que el fracaso es el objetivo. Si el éxito es fracasar la gente hará lo que se espera de ella, aquello para lo que fue preparada. Pero por la estadística sabemos que lo que más sabemos es fracasar y para eso no es preciso un entrenador, que nadie te de una clase, ni un consejo, nada.

Los exitosos entrenadores del fracaso triunfan porque arriesgan muy poco.

Sólo fracasan ante los que triunfan, dos de cada diez personas de las que siguen sus consejos. Ya quisiera un profesor de secundaria trabajar con esos datos.

Los profesores persiguen el éxito escolar y por eso fracasan. Si persiguieran el fracaso escolar serían unos triunfadores y sus ratios harían palidecer a toda Bolonia. Un entrenador en fracasos decía en un titular de periódico "hay que fracasar rápido, barato y a menudo". Tiene lógica, en parte: lo que va a terminar mal es mejor que acabe pronto y que no cueste demasiado dinero.

Pero ¿fracasar a menudo? Los que fracasan a menudo suelen triunfar a costa de los que no cobran las deudas que adejan.