No fallo nunca. Si el tema es la cultura política, o la política cultural, o la tierra de nadie sembrada de minas que separa una y otra, yo salgo con mi clásica cita de Antoine de Saint-Exupéry: «Si quieres construir un barco, no empieces por buscar madera, cortar tablas o distribuir el trabajo. Evoca primero en los hombres y mujeres el anhelo del mar libre y ancho». Últimamente la suelo alternar con otra, casi el reverso de la anterior, de Alberto Santamaría, que dice que la poesía es una enmienda a la totalidad de la existencia. No se podrá decir que no me vengo arriba, con el tema, yo.

No soy el único. Diría que entre quienes nos dedicamos a la creación, o a la agitación, o a la dinamización cultural, tanto públicas como privadas, en Murcia, somos mayoría los que necesitamos de grandes dosis de fe como ésas para arrancar por las mañanas. Diría que todos los que entendemos la cultura como un derecho, y no como un recurso o accesorio, no como un negocio ni como una atracción turística, desayunamos fuerte. Nuestra visión difiere de la otra como un bosque de una maceta. Sin embargo, van ganando ellos.

¿Y por qué van ganando, cómo han conseguido imponer su proyecto de mercantilización, que pasa por convertir a los creadores en inversores, y a los públicos en compradores? ¿Acaso no se han dado cuenta aún de que los números no cuadran? No creo. Saben perfectamente que, como dice César Rendueles, «la cultura es una mierda como mercancía, como sabe cualquiera que haya tenido que buscar dinero para pagarla. De hecho, creo que no es exagerado decir que no existe ninguna industria cultural (sí existe, en cambio, una vigorosa industria del entretenimiento)».

Lo que ocurre es que, al margen de su dudoso valor mercantil, la cultura es, previamente purgada, un fantástico instrumento propagandístico, un arma de legitimación masiva. Gestionada desde la opacidad y el nepotismo de los cortijos, a resguardo de la mirada pública, sin proyecto, sin programa a medio y largo plazo, con los responsables nombrados (y depurados) a dedo, sin evaluación, sin rendición de cuentas, sin más comunicación con la sociedad que el globo sonda, sin apoyo a los espacios independientes, la acción cultural del ayuntamiento de Murcia se parece mucho a un cóctel de compiyoguis al que el tejido cultural del municipio no ha sido invitado, a no ser para hacer de camarero. Si no vemos la relación entre el 'caso rotondas' y el cierre de tantos espacios e iniciativas culturales, ni entre el sobrecoste del Romea (mamandurria de su director de programación incluida) y el rotundo suspenso que nos ha puesto la Fundación Contemporánea, ni entre la fórmula de la reunión a puerta cerrada con el concejal y la precariedad e inestabilidad de nuestros empleos culturales, bueno, pues entonces puede que la jugada les esté saliendo muy bien.

Tras un número suficiente de meses de acción del gobierno municipal, ya podemos decir que la recolocación del anterior concejal y la separación de la cultura y los festejos (para unirla ahora al turismo) no ha supuesto sino un giro de 360º con respecto a las graves deficiencias que arrastramos. Somos de letras pero sabemos que el que necesitamos es de 180º, para que el Ayuntamiento se ponga de cara a creadores, gestores y públicos, para proyectar, participar y evaluar.

En la asamblea de Cultura de Cambiemos Murcia, en la que participo, hemos desarrollado una moción, que se debatirá en el Pleno de este jueves, que puede suponer un primer paso en ese largo camino. Se trata de algo tan sencillo (aparentemente) como constituir una mesa de trabajo para, en primer lugar, elaborar y publicar un mapa de recursos culturales del municipio. ¿Se abrirá ese resquicio, de las puertas y ventanas, de ese cornijal? Reconozco que estamos expectantes.