No sé si saben que Pablo Iglesias quiere ser vicepresidente del Gobierno. Igual les ha pillado distraídos. La verdad es que sería preocupante. Me refiero a lo de ustedes „¿y lo del otro? Encantado como siempre de haberse conocido„ por la sencilla razón de que el galán del esmoquin puede haberlo repetido unas doscientas veces desde que presentara su medio gabinete con nocturnidad y alevosía al teórico inquilino de la Moncloa, secretario general de ese partido con el que hasta hace dos días no estaba dispuesto a ir ni a la vuelta de la esquina. Pero al final se le ve el plumero. No lo puede evitar. Por mucho que diga que están demostrando una paciencia infinita para llegar a un acuerdo, tiene prisa porque Sánchez se dé de bruces en la investidura al igual que el pasota de Mariano. Ayer se lo reconocía sin reconocerlo a Pepa Bueno en la radio, con voz de no haber roto nunca un plato. Por supuesto, en esa presunta coalición entrarían los que él diga y se quedarían fuera los restantes porque para eso es un conciliador nato. Sobre todo con la entrevistadora a la que, en cada parrafada, le metía uno o dos «como ya sabes, Pepa»; «claro que sí, Pepa» intentando de ese modo que bajara el pistón como el profesional de las puestas en escenas que es. Por eso Rajoy ni aparece, delegando en aquél la tarea de desgaste del pimpollo comisionado por el rey. Y, ante las perspectivas, ya se han filtrado voces de cuidado del establishment financiero reclamándole al amigo de Rita, Bárcenas, Rus, Matas y Paco Camps, entre otras firmas, que se mueva de una vez, coño, y que permita un dueto del pesoe con Rivera. Yo creo que a Iglesias le pone quedarse como la referencia de la opo y demorar el brinco porque lo que, en el fondo desprecia, es tener que ser segundo de un mindundi. El mismo al que, a este paso, es capaz de consagrar. Eso sí que sería todo un logro.