Esa es la traducción de una conocida novela de mi admirado Grahan Green (Loser takes all). El título de esta pequeña gran obra, que relata magistralmente las paradojas del éxito y del fracaso, acudió a mi mente nada más conocer el resultado oficial y previsible de la reciente votación de investidura. Una parte de la prensa ha calificado como un 'fracaso' el intento de Pedro Sánchez de formar gobierno y algunos analistas han especulado sobre 'el tiempo perdido' y la obligación de 'recomenzar desde cero'. Nada, a mi parecer, más alejado de la realidad. Ni se ha perdido el tiempo, ni tendremos que empezar desde el principio.

Si algo hemos aprendido del proceso de investidura es que no se puede considerar un fracaso al primer intento con el que inauguramos una nueva época en la que se ha de fraguar, necesariamente, una cultura distinta, capaz de permitirnos navegar hacia una 'segunda transición'. Nuevo, e histórico proceso que la opinión pública comprende como imprescindible para la adquisición progresiva de capacidades y destrezas que faciliten el diálogo, la negociación y el consenso. No ha sido, pues, un tiempo perdido, sino muy bien aprovechado para advertir con claridad qué dirigentes han realizado el esfuerzo y han estado a la altura de las circunstancias, y quienes, se han autoexcluido definitivamente, o han reducido de manera significativa sus posibilidades para desempeñar papeles protagonistas en un futuro próximo. Nadie ha salido indemne de este proceso y la ciudadanía atenta ha tomado buena cuenta de ello.

También hemos aprovechado el tiempo para advertir con absoluta claridad qué partidos no van a poder formar gobierno por haber demostrado que están atrapados en su estrategia de apoyo al dislate soberanista, porque no van a conseguir en unas nuevas elecciones una mayoría suficiente, superior a la que tienen, y, sobre todo, porque han dinamitado, en mi opinión, torpe, e irreversiblemente, todos los puentes hacia futuras alianzas con la izquierda constitucionalista y sensata. Si añadimos que a esa errónea estrategia de partido se le suma el conocimiento que ya se tiene de la verdadera personalidad de su líder, esa que fluye espontánea, e inevitable en situaciones de tensión, concluiremos que le va a resultar muy difícil a Pablo Iglesias cambiar su imagen de prepotencia, resentimiento, agresividad y cinismo. («¿sellamos el acuerdo del beso, Sr. Sánchez?», dijo, después de lo sucedido en el debate).

Podemos ha salido muy tocado de la sesión de investidura. Quizás haya sido el mayor perdedor. A los Jiménez Villarejo y las Carmenas (que los hay y, probablemente, muchos más de los que pensamos entre su electorado) les ha servido este tiempo para advertir que se ha perdido una oportunidad de oro para evitar que el PP siga gobernando. No estaría de más que estos politólogos profesionales estudiaran encuestas fiables y analizaran con valentía hasta qué punto se han alejado en el proceso de investidura de la voluntad de sus propios votantes. ¿Cuál será, si no rectifican, el futuro que cabe esperar para un partido bisoño, con serios problemas internos, apoyado en inestables y peligrosos pactos de 'confluencias' y que ha demostrado no servir para echar a la derecha, ni para llegar a acuerdos con la izquierda?

Pero este tiempo ha servido, sobre todo, para un aprendizaje fundamental: el de comprobar con claridad meridiana que el PP de Rajoy no ha sido, ni será capaz de formar gobierno con nadie más que consigo mismo. Nadie va a negociar con el PP mientras Rajoy siga liderándolo. No se merecen siete millones de votantes, ni tantos militantes y dirigentes honestos seguir atrapados por el enrocamiento y contumacia de un político al que, según encuestas recientes, el 80% de la opinión pública considera caducado. No sabemos el lugar que la historia de España dedicará a Mariano Rajoy, necesitamos la perspectiva que sólo da el tiempo, pero sí sabemos que no es la persona adecuada para liderar el futuro. Decía Chaplin que «Hay que saber perder con clase y vencer con osadía, porque el mundo pertenece a quienes se atreven» y Rajoy no se atrevió.

La buena disposición y el atrevimiento han sido cualidades de Pedro Sánchez. Gracias a él se ha logrado salir de una situación de bloqueo institucional, no prevista en la Constitución. Al presentar su candidatura y ser votada empezó a correr el plazo de dos meses para convocar nuevas elecciones. De no haber dado el paso adelante nos hubiésemos quedado en una situación de gobierno en funciones sine die. Hemos podido comprobar, así mismo, las cualidades de los candidatos que por primera vez se enfrentaban dialécticamente en el Congreso. Hemos tenido ocasión de valorar, no sólo las habilidades retóricas, sino las actitudes profundas. Hemos podido advertir cómo han crecido en su valoración por la opinión pública líderes como Albert Rivera que han salido claramente reforzados de este proceso, ya que se comprobado hasta la saciedad quiénes han utilizado el pasado debate para tender puentes de diálogo y quiénes lo usaron para levantar muros inexpugnables bajo los que ocultar su incapacidad, su indolencia, o su ausencia de ideas.

¿Quién puede afirmar, sin faltar a la verdad, que la situación sea hoy la misma que antes de celebrarse la investidura? Un sólido documento, «Acuerdo para un gobierno reformista y de progreso» firmado por el PSOE y por Ciudadanos, lo desmiente al marcar un antes y un después, y al establecer un amplio acuerdo de medidas, perfectamente asumibles por la mayoría de los españoles y que por lo tanto, debería ser también asumido por sus representantes. Acuerdo razonable y abierto a futuras negociaciones para su desarrollo y concreción como un sensato programa de gobierno. ¿Alguien duda que muchos dirigentes del PP firmarían ese mismo texto, con los matices que se quiera, si hubiera surgido por iniciativa propia?

Ya no es el programa el problema fundamental para llegar a un acuerdo que permita un gobierno, aunque sea en minoría. Todos sabemos que, de una manera, o de otra, hay que contar con el Partido Popular, ya que sus votos resultan imprescindibles para el cambio constitucional, o para la necesaria reforma de grandes leyes orgánicas. El problema, ahora más que nunca, es exclusivamente el protagonismo de las personas en la composición del Consejo de Ministros. Habría que reconocer con honestidad que se ha avanzado con respecto a la situación inicial. En esta nueva etapa no hay que empezar desde el principio. Gracias al esfuerzo de Ciudadanos y PSOE, a su determinación y su visión de Estado, las cosas han variado sustancialmente.

Los partidos del no en la pasada investidura tendrán que justificar ante sus bases y sus electores las razones de su voto y, sobre todo, mirarles a la cara mientras reflexionan desde su derrota sobre el mensaje que con claridad les mandaron desde las urnas el pasado 20 de diciembre. Los dirigentes de los partidos del no tendrán que pensar muy bien si les merece la pena (y les trae cuenta) obligar a la ciudadanía a acudir, de nuevo a las urnas, para resolverles el problema que ellos mismos han creado al desoír a una gran parte de sus votantes y demostrar su incapacidad negociadora; o bien, si serán capaces de llegar a un acuerdo, parcialmente insatisfactorio para todos los partidos, pero beneficioso para la inmensa mayoría de los españoles.

¿Creen ustedes que el PSOE y Ciudadanos fueron los perdedores del reciente proceso de investidura?