La mala publicidad es buena publicidad. Según este viejo adagio es preferible que un determinado producto goce de mala prensa a que caiga en las garras de la ignorancia.

La primera vez que lo escuché en la Universidad me impactó y con el tiempo, pese a mi escepticismo, comprendí que no solo era verdad sino un principio básico de la Publicidad y el Marketing en el arte que supone la venta de cualquier producto.

Años después, trabajando en una agencia de publicidad, por casualidad me topé con #Annoyomics: El arte de molestar para ganar dinero, de Risto Méjide. Según el publicista, personajes como Jesucristo, John Galliano, Michael Moore o José Mourinho encontraron en la incomodidad o la irritación el camino para llegar al éxito. Triunfar molestando.

Es curioso comprobar cómo actores, músicos e incluso políticos escogen esta máxima de la Publicidad y el Marketing, 'molestar bien', para alcanzar fama o renombre en sus carreras profesionales. Sin ir más lejos esta semana, a propósito del éxito de Donald Trump en las primarias del supermartes donde el republicano se impuso en siete estados, no he podido evitar echar un vistazo de nuevo a las páginas de Mejide ni la preocupación del posible éxito del magnate neoyorquino.

Es alarmante comprobar cómo una política xenófoba y radical en la que el candidato republicano a la Casa Blanca acusa a los mexicanos de traficantes y violadores y pide levantar un muro en la frontera entre EE UU y México esté consiguiendo cada vez más adeptos entre los votantes gracias a un discurso estridente y unas políticas inconstitucionales en la mayoría de los casos.

Las encuestas y los mítines muestran, para desconcierto de muchos, que, por ejemplo, los hispanos están de su lado. Imagino que, ingenuamente, quieren creer en que el hecho de que sea un empresario de éxito pueda favorecer la economía de EE UU y por ende la de ellos. Se equivocan.

El tipo de pelo raro, narcisista, superficial, polémico, materialista y con ninguna experiencia en la arena política es un peligro para los americanos y para el resto del mundo. Estados Unidos es el más país más poderoso e influyente y sus decisiones, por ejemplo, en política económica o armamentísitca nos afectan a todos. A lo largo de estos meses, Trump ha subido los escalones a la presidencia insultando a los latinos, humillando a mujeres y a inválidos y a héroes de guerra como el senador John McCain, riéndose de los judíos al tiempo que alababa a Sadam Hussein, y para culminar esta apoteósica subida a la Casa Blanca después de los atentados yihadistas de París y San Bernardino propuso impedir la entrada de musulmanes a Estados Unidos.

No es un hombre honesto. Ni un héroe que devolverá la grandeza a América de nuevo como promete en su último libro, Crippled America: How to Make America Great Again. No se puede devolver grandeza a un país en el que futuro presidente es un déspota que ataca y humilla a los débiles, a sus rivales, a los que no están de acuerdo con él y dice de los periodistas, símbolo de la democracia y la libertad de un país, que son de los peores seres humanos que jamás ha conocido.

Espero que en este caso el viejo dicho publicitario que dice que «la mala publicidad es buena publicidad» no esté en lo cierto y Trump sea una de las excepciones que confirma la regla. Sin embargo, al margen del calado de su mensaje político por muy extraño que pueda parecernos, en las causas que han llevado a muchos a votarlo debido a tiempos inciertos y convulsos en terreno social o financiero que hacen que se busquen respuestas simples y rápidas para situaciones complejas y en la necesidad de la figura de un líder grandioso que procure seguridad, hay un mensaje que no resulta nada reconfortante.