Escribo con tanto afecto como rabia al perderlo para siempre. En varias épocas de mi vida he coincidido con él, siempre alrededor del fútbol, porque aunque nos uniera otra relación, otras aficiones, el fútbol era su vida y a él nos referíamos continuamente. El otro día, vía Facebook, comentaba con nuestro amigo Luis Torres, médico y de estudiante practicante del fútbol, portero por más señas del equipo de Estudiantes, de los PP Capuchinos, de él y de otros que formaban aquella alineación escolar. Mi hermano Diego, siendo diestro, formaba ala izquierda con Julián Plaza, la mejor de la época y edad. Yo le recordaba al amigo que en la defensa, en el lateral izquierdo, estaba José Víctor Rodríguez de Miguel, nuestro sentido dolor de hoy; en el derecho, Casanova. Ya supimos desde entonces que una dolencia, una lesión, le apartó del jugar al fútbol, y como lo llevaba en la sangre, se hizo técnico. Uno de los más brillantes que ha dado esta región, aunque es cierto que nunca se portaron con él lo bien que se merecía. Entrenó al Real Murcia hasta en Primera División y dedicó años y solvencia al fútbol base. Formó a infantiles y juveniles, cantera de nuestro fútbol regional. Aquí coincido de nuevo; él era el mister general y yo pobre de mí entrenaba al Imperial infantil por gentileza de mi querido Luis García que se ocupaba del Murcia, en categoría infantil. José Víctor, el gran responsable de toda aquella estructura maravillosa.

Si repaso el palmarés y las temporadas en Segunda o Primera aumenta mi valoración sobre su personalidad de carácter; era el mejor informado, llevaba al día un fichero de nombres, de jugadores de fútbol con posibilidades. Controlaba el oficio para ser, como fue, un excelente observador y director técnico. Era un hombre de club y no se lo permitieron, yo no sé bien las razones, seguramente por ser el mejor con diferencia. Sus éxitos no tienen disimulo posible, como su pasión por el deporte. De una sinceridad desbordada, a veces perdía en el embite complicado del mundo del balompié, desquiciado en muchas ocasiones y con intereses no demasiado claros. José Víctor, en él, ejerció como un magnífico profesional que debió contar más alto en su trayectoria.

Siento su muerte porque era un buen amigo; toda su familia lo es, pero siento también, y no lo niego, la acritud de haberlo perdido sin darle las opciones que mereció, las oportunidades que se ganó para el deporte murciano. Trabajó en regiones limítrofes para seguir ejerciendo su profesión. Será recordado. Ha muerto joven al dictado de un viejo corazón, noble y honesto. Con un abrazo a los suyos, pero también al fútbol murciano que seguro sentirá el luto que se nos impone.