Blanco de cal luce ya el Congreso. Y bajo la cal, abrasado, Pedro Sánchez. Y acaso el PSOE. Una vez que Iglesias supo que no podría ocupar el Gobierno y, desde allí, ocupar la Nación (perdón, las naciones), lo que le queda, a lo que aspira, lo que conseguirá salvo que el PSOE «vuelva€ a la razón perdida» (Lope), es ocupar la izquierda. Y sin embargo, sigue siendo el PSOE el que tiene en su mano su destino y el de España.

Siempre lo tuvo desde el 20 de diciembre. Ellos son la clave numérica, los que hoy deciden si se convocan nuevas elecciones o si, al fin, se da forma a un pacto que frene a Iglesias y a los plurinacionales. Lo que nos espera, de lo contrario, lo que se nos ofrece como salvación desde Podemos es un regreso a la Grecia moderna del hundimiento de las pensiones, por un lado; y a la Grecia antigua de las guerras entre las polis, por el otro, pero sin filosofía, sin belleza, sin verdad, con un payo feo y malencarado que rezuma revancha y guerra civil, a diestra y a siniestra, al frente de una nación devastada. Y que ya ha conseguido empujar también al PSOE al bando de los fascistas imaginarios con cuyos fantasmas nutre a sus adeptos.

Comprendo que Sánchez crea que no se puede dejar a Iglesias como única oposición. Pero es que ya no hay otra: demostrar que ese gran pacto es lo mejor para España, sacar adelante la nación, plantar la bandera de la igualdad que con gallardía defendió estos dos días en el debate, a pesar del trampantojo federal cuya concreción seguimos sin conocer, y demostrar a los españoles que la democracia, la Constitución que la simboliza y estructura, la idea de ciudadanía sobre las tribus y las mareas, y la economía libre son las fuentes de la prosperidad y la libertad de las naciones.

Ahí ganarán todos. Siéntense a hablar, al menos. El PP ha mostrado su disposición. Si no quieren a Rajoy, y Rajoy no quiere a Sánchez, que se les pida un gesto a los dos y hágaseles un busto en el Retiro: «A los patriotas que perdieron su culo por España». Y no olviden que eso es histórico en un político español. Que presida otro. Pizarro, por ejemplo, Manuel, ese gran hombre que el PP malbarató y aburrió por no estar en el escalafón. Y que se rodee de los mejores de los tres partidos, con Rivera de vicepresidente político.

Lo que demostraría así el PSOE es que, en efecto, España cuenta con una izquierda europea que seguiría siendo alternativa. Pero dentro de la civilización. Y si quieren mantener vigilado a Iglesias y seguir disputándole la extrema izquierda en su propio terreno, al menos que se abstengan. Permitirían un Gobierno en el que Ciudadanos sería garantía de cosas fundamentales, como la continuidad de España, frente a los escondrijos metafísicos de Rajoy, y mantendrían su labor fiscalizadora de la acción de gobierno. Elecciones sí, pero después de dos años que hagan frente a las dudas del crecimiento chino y una deuda global que el día que estalle nos va a llevar a todos a hacer pijos, con perdón.