De mil maneras se ha escrito algo parecido a eso de que «nadie muere totalmente mientras permanezca en la memoria y en el corazón de otros». Y si hablamos de artistas, de creadores que trascienden su propia vida, ellos no mueren nunca porque siempre encuentran cobijo en la memoria de otros, en el respeto por su arte y en la admiración por su obra. Y cuando esos creadores, esos artistas, cuentan con la labor incansable de una fundación cuyo objetivo máximo es mantener viva la memoria de aquellos que le dieron nombre es improbable que su recuerdo desaparezca. La obra del escultor Antonio Campillo es imposible que se pierda porque hay quienes se han propuesto que continúe viva a través de una fundación, la que lleva su nombre, que lucha para agrandar la figura del maestro murciano. Una figura que es reconocida dentro y fuera de esta tierra nuestra que tanto sabe de artistas y creadores.

Tengo ante mí el programa de una exposición que esta fundación presentará el próximo viernes en el Palacio de los Águila de Ciudad Rodrigo. Una extraordinaria construcción de concepción plateresca dedicada, desde 2010, a albergar el Centro Hispano-Luso de Estudios de Patrimonio, dedicado a la protección, conservación, investigación y promoción del patrimonio cultural español y portugués. Declarado Monumento Histórico-Artístico en 1969, el Palacio de los Águila también conocido como Palacio del Príncipe o Palacio de Altares, es la construcción de estas características de mayores dimensiones de la ciudad y, sin temor a equivocarnos, el palacio más hermoso de la misma que se levanta en pleno centro histórico.

Datos estos a tener en cuenta para valorar adecuadamente la importancia de esta exposición que mueve la Fundación Antonio Campillo, uno de los más grandes escultores españoles del siglo XX. Un escultor capaz de tratar con el mismo mimo, casi con ternura, los materiales más diversos, porque en ellos era capaz de verter la sombra de su alma de artista, que le hacía transmitir las más fuertes emociones a través de la escayola, del barro, de la madera, del hierro que se sometía dócil a los dictados de las manos del artista, de quien se puede ver en esta exposición desde A coscoletas, pasando por La danza o esos rostros idealizados donde el maestro de la Era Alta vertía la emoción de los grandes.

Pero esta exposición depara muchas sorpresas y en mí ha despertado una especial emoción porque, entre las muchas obras que ofrece, destaca, para mí, la presencia de un pintor, Ismael González de la Serna, que nació en mi mismo pueblo, Guadix, en 1898 y que trasladándose su familia más tarde a Granada, tuvo la fortuna de compartir escuela con Federico García Lorca, su amigo de siempre, una amistad que continuará hasta la muerte del poeta porque, nacido en el mismo año que García Lorca y los pintores Alfonso de Olivares, Francisco Bores, Joaquín Peinado y Pancho Cossío, Ismael González de la Serna formó parte, como ellos, del grupo de pintores españoles que se instalaron en París. Esta y otras historias es lo que nos cuenta esta exposición que lleva el nombre de Antonio Campillo y Murcia por lugares como ese palacio de estilo gótico-renacentista en Ciudad Rodrigo. Una bella ciudad de la provincia de Salamanca, que acogerá el nombre del maestro, su obra y su tiempo. La figura de Antonio Campillo: «Hijo Predilecto capaz de continuar pregonando la vida en esta tierra y su gente», como diría el presidente de la fundación, Clemente García.

Pues qué quieren que les diga, a mí me gustaría que esta exposición, esta muestra de un tiempo de intensa creación artística, recorriera cada rincón de esta tierra, paso a paso. Sí, me gustaría que, como en Ciudad Rodrigo, los Ayuntamientos de esta Región también ofrecieran sus mejores instalaciones para mostrarla. Qué menos.