Enfrente del palacio que acoge los mítines en los que las primeras figuras o figurones políticos pronuncian en Murcia su librillo de ficción para el futuro,la biblioteca se muestra desafiante con libros en mayúsculas. Como una metáfora de la realidad, política y cultura, el ´sacralizado´ Palacio de los Deportes y la Biblioteca Regional se dan la espalda en una desigual batalla que genera miles de víctimas entre la población, convirtiendo a los ciudadanos en gente. Desde su inauguración en otra era más florida, ni la Biblioteca ni el Auditorio, por poner música a la letra, cuentan con el cariño de los sucesivos Gobiernos populares, convencidos quizá de que la cultura es peligrosa para su salud. Son conscientes de que nadie lee su programa electoral, pues de cotejarlo no permanecerían en el sillón, por lo que extienden la estrategia de la incultura como germen de obedientes votantes. En permanente otoño, rodeada de hojas caídas que ya no volverán aunque reciban el agua que se filtra por sus goteras, la biblioteca apenas si asoma en los presupuestos regionales si no es para podar su horario, sus adquisiciones y su mantenimiento. A golpe de amenaza: ora se cierra por las tardes, ora se claudica los sábados, ora se baja la persiana en verano, ora se deja de comprar la prensa. Horas y horas pergeñando la explosión, controlada y sin disimulo, del primer recurso cultural de nuestra Región de Murcia. Un tesoro cada vez más enterrado. Un garito peligroso, desde las escalinatas del poder al ejemplar más sobado, repleto de osados jóvenes y mayores dispuestos a cuestionar el pensamiento único.

En la misma semana en el que se sitúa a Murcia a la cola en actividades culturales, en dura liza con Ceuta y Melilla, aparece una noticia, cocinada en las imprentas del poder, en la que se alarma que las enmiendas de la oposición, que suman mayoría democrática en la Asamblea Regional, ponen en peligro la pervivencia de la Biblioteca. No les falta humor para intentar enmascarar o enderezar los renglones torcidos que escriben los mismos de siempre, forzando un final en el que el culpable es el mayordomo. Afortunadamente, ya no quedan mayordomos y sí unos cientos de locos, cada vez más, dispuestos a defender, con lanza y adarga, nuestro derecho a la cultura, a nuestra Biblioteca. Más presupuestos y menos cuentos. No son gigantes ni nosotros somos borregos.