Estamos en el año de Cervantes, eso dice la contabilidad que llega a los cuatro siglos desde su muerte. Este hombre universal murió en abril de 1616 y en Madrid se hablaba, aunque no demasiado, de Miguel de Cervantes y su reciente fallecimiento. Era viejo para aquella época (68 años) y pobre para todas las épocas, de modo que nadie pensó que fuera importante. Su novela estaba enriqueciendo al librero que la compró, por lo que todos pensaron que el listo era el librero. Enterraron a Cervantes en las Trinitarias, y allí han dado tumbos los restos, mezclados con otros, hasta estos días que parece esclarecerse cuáles, en verdad, pertenecieron al que llamaron Príncipe de los Ingenios, mucho más tarde de descubrir las primeras sombras opacas de su paupérrima existencia.

Las sombras sobre la vida del escritor se extienden en todos los pasajes de su latida existencia. Llamado El manco de Lepanto porque fuese soldado en aquella batalla y decíase que perdió en ella un brazo, se asegura, ahora, que solo tenía una mano inútil y que nunca llegó a ser el mutilado que cuenta la historia de libro en libro. Mano inerte que no fue la necesaria para escribir porque el autor del Quijote tuvo una preciosa grafía en su escritura que los técnicos han desmenuzado llegando a valorar, a través de ella, sus bondades, sus soles y delicias humanas. Aunque yo pienso, sin temor a equivocarme, que su personalidad está expuesta en la novela grandiosa a través de la palabra y comportamientos de sus personajes, en especial los del caballero don Quijote de la Mancha, su personaje central que debiera servirnos de santo y seña de nuestras propias vidas.

De Cervantes se pone en duda ya incluso su lugar de nacimiento por aquello de los límites perversos del reparto geográfico. Alcalá de Henares pudiera tratarse en realidad de Arganda. Del grande, del genio, damos por buena su imagen en un pobre retrato de mano bastante anónima, atribuido, sin demasiadas razones, a Juan de Jáuregui; ni siquiera esto es seguro. Aun a pesar de que se asegura que se pintó siguiendo la descripción de su físico escrito por el propio don Miguel en un autorretrato literario. Muy ocupado y, sobre todo, despistado, debía estar Velázquez, su contemporáneo, para no llamarlo a la Corte e inmortalizarlo ni siquiera modestamente.

Más sombras en su destierro y prisión en Argel, su angustia y fugas hasta cuatro, dicen los biógrafos, que ahora enriquecen sus párrafos aquí y allá con versiones de la vida y obra del más grande. Incluso hubo atrevimientos para despojarle de la autoría del Quijote y sus ampliaciones por parte de estudiosos de escaso talento. Diatribas sobre su familia y oscuridades nunca bien intencionadas, aunque quizá ciertas. Vivo está don Miguel de Cervantes después de cuatrocientos años muerto, esa es la realidad, no hay más que hojear El Ingenioso Hidalgo y llevarlo a casa, ahora con más motivo que nunca.