ada más subirme al coche entra Pedro Sánchez aunque, por si acaso, conduzco yo. Al poco se suma Puigdemont que, por mucho que les cueste creerlo, también existe. Esta es una de las ventajas del proceso cañí en el que andamos embarcados: que igual se nos independiza una parte de nosaltres y no nos enteramos.

Comparado con lo que teníamos instaurado, y que había logrado contagiar desánimo por un tubo, lo que nos ronda ahora es distraído a más no poder hasta el extremo de ignorar si nos conducirá a algún lado. Qué más se puede pedir teniendo en cuenta que antes íbamos de cabeza a la ruina, incluída la ruina moral. Algo, por tanto, se ha avanzado. De la indefinización, al menos, se puede construir un estado de ánimo que falta hace. Indefinición hay para hartarnos inluído el pacto o llámale equis. Los únicos del espectro que no renuncian a lo que quieren y que cada vez que saltan a la palestra se nota que el colmillo va retorciendóseles a pasos agigantados son, incluso en funciones, las huestes mandonas. Qué ceños lucen y qué ademanes se gastan. Uno de los de Organización, el zamorano Martínez Maíllo ha advertido que lo que han hecho los cuarenta diputados de Ciudadanos es convertirse «en costaleros de Pedro Sánchez». Haciendo gala de este piquito no es extraño que en su cuidad, tan noble, tradicional y con una Semana Santa de aquí te espero, gobierne Izquierda Unida.

A la muerte de Franco, la salida de no pocas cofradías se puso en riesgo porque los cargadores de pasos exigieron una pasta, lo que llevó a que los propios hermanos pagaran y casi se pegaran por sacar a su imagen, pero esto nadie ha debido explicárselo a Maíllo, que, hablando de los costaleros con ese donaire, se ha consagrado ante cientos de cuadrillas. Y a nadie puede extrañar ya que, entre todas, los saquen.