Todo lo que está saliendo de corrupción nos lleva a una conclusión que es dura de aceptar y que es letal para la democracia y la ética. Cualquier persona que no tenga escrúpulo, que tenga claro que en la vida hay que ser un sinvergüenza, tiene cabida en la política, en un partido político y desplaza a la gente honrada, honesta y que ha entendido la política como un servicio. Llegan los últimos y se colocan los primeros y cogen puestos de responsabilidad y de organización y su éxito se basa en que van a dar dividendos a todos, incluido al propio partido. Tiene que surgir una rebelión de la gente honrada que quite del poder a los sinvergüenzas, a los corruptos y a los cómplices. Nuestra democracia depende de esto.