De veintiún fatigados libros de Umberto Eco, que no reposan en mi biblioteca, destaco tres: Apocalípticos e integrados, De los espejos y otros ensayos y Obra abierta. ¿Una característica de este filósofo piamontés? Su humor, que aprecio más que aquel Malaquías ciego de El nombre de la rosa, para quien la risa era anatema. ¿Algún capítulo que me haya hecho sonreír y pensar? Uno de su Segundo diario mínimo, que adjunta varios informes de lectura para un editor, donde lamentan rechazar, entre otros: La Biblia, de varios autores, jeremiadas sin pies ni cabeza; Odisea, de Homero, aburrido por exceso de acontecimientos; Divina Comedia, de Dante, oscura y vulgar; Justine, de Sade, sobra filosofía y falta sexo; Don Quijote, de Cervantes, compromete la línea editorial, y En busca del tiempo perdido, de Proust, demasiado asmático. ¡Gloria a Eco!