Lo dijo bien clarito Albert Rivera hace unos días: «Hay que desculturizar la política». Uy, no, perdón, que eso ya está. «Hay que despolitizar la cultura». Ahora. Parece la frase típica de un liberal al oponerse al control ideológico del Estado sobre los creadores, ¿verdad? Pues no. Es justo lo contrario. Con eso, Rivera aplaudía el encarcelamiento de dos titiriteros por poner la frase «Gora Alka-ETA» (uy perdón) en boca de uno de los malos de la obra.

El de los titiriteros es solo uno de los muchos casos de control penal de la cultura que venimos padeciendo. A sus nombres podemos unir los de Abel Azcona o Aitor Cuervo, que también pasaron la semana pasada por los juzgados a responder por una obra, por unos versos, por unos tuits. Imposible no acordarse del proceso abierto contra el concejal de Cultura de Madrid, Guillermo Zapata, cesado y encausado por sus mensajes en Twitter, y compararlos con los del ciudadano Toni Cantó, flamante nuevo presidente de la Comisión de Cultura del Congreso. «Apolítico, de derechas, como mi padre», decía aquel personaje de Berlanga.

Yo a Rivera y a Cantó les recomendaría que, en futuras visitas a Murcia, donde el PP gobierna con su apoyo, y después de la clásica promesa de quitarnos el pescao y darnos las cañas de pescar, aprovecharan para estudiar lo bien que llevamos por aquí lo de la despolitización de la cultura. En todos los demás indicadores culturales vamos de culo, pero ¿despolitización? A despolitizar no nos gana nadie.

Dejando aparte nuestra larga tradición de nepotismo, oPACidad, no planificación y exclusividad del criterio del beneficio económico y turístico en la gestión cultural, destacamos en consejeros de gatillo ideológico fácil: a PAC, el imborrable sobrino, le sucedió al frente de Cultura PAS, que tal vez no podía acreditar en su currículum la lectura de muchos libros pero sí bastante experiencia en la gestión rápida de auditorios municipales. Bajo su mandato, la Consejería siguió confundiendo el comisariado de eventos artísticos y el de una Brigada de Información, y pudimos asistir a la despolitización fulminante, a cargo de una imPASible Marta López-Briones, del director del Cendeac por atreverse a traer a un congreso a revolucionarios radicales (guiño-guiño, codazo-codazo) como Íñigo Errejón. Levantemos el corazón.

Luego PAS tuvo que dejar el cargo para ser presi y nombró a NÁ, por seguir con un juego de siglas que no he empezado yo. Ya cautivo y despolitizado el ejército cultural murciano (pero manteniendo a la López Briones al pie o más bien detrás y con la mecha en la mano del cañón para disuadir a los que queden), podemos dedicar el presupuesto público a lo que verdaderamente importa: el año jubilar de Caravaca 2017. Pues sí. La apuesta estratégica de NÁ para hacer despegar la cultura murciana ya tiene hasta estudio económico chanante (dos millones de visitantes y quince de euros, y un juego de toallas de regalo). ¿Y los creadores de la tierra? Pos NÁ, aquí, pintando santos, borrando tuits, pidiendo residencias por ahí fuera. O asilo político, como lo quieras llamar.