Contemplo con asombro la lista de nombres que le sugirieron a Manuela Carmena para eliminar del callejero de Madrid por su vinculación con el régimen franquista, ese mismo que se inició con un golpe militar y que se prolongó durante 40 años, con sus días y sus noches, con sus veranos y con sus inviernos. Y pienso que se queda corta. Ya puestos, debería incluir muchos más. A todos aquellos que iban a los campamentos de Falange o los que se labraron un futuro universitario gracias a las becas del partido único. Muchos de estos últimos formaron la clase gobernante a la muerte del Caudillo. También a aquellos que, por su inacción, no aprovecharon la oportunidad que daba la Historia a mitad de los 40, cuando los aliados avanzaban por Europa liberándola del terror del nazismo. Luego a partir de noviembre de 1975 resultó que todo el mundo se había pasado la dictadura luchando contra Franco, eso sí, en el más riguroso silencio. Muchos no estarán de acuerdo con lo que escribo, pero si el dictador murió en su cama tras cuatro décadas de gobierno personalista fue posible por la complicidad, más bien la parsimonia, de ese pueblo silencioso.