Hasta donde yo tenía entendido, los Ayuntamientos eran la Administración más cercana al ciudadano, tal y como se repitió como un mantra en los años de bonanza económica en los que, con la excusa de la mal llamada segunda descentralización, los municipios vieron crecer sus presupuestos de forma exponencial para, supuestamente, dar los mejores servicios a sus habitantes. Lo que no sabíamos, ni tan siquiera aventurábamos en un momento de delirio, es que los ayuntamientos, especialmente aquellos autodenominados como 'Ayuntamientos del cambio', se convertirían en el epicentro de la descentralización ideológica, en la punta de lanza de la ingeniería social, en el estercolero intelectual de España.

La Colau, er'Kichi, Carmena y tantos otros, están deleitándonos con medidas que poco tienen que ver con esa supuesta emergencia social en la que vivía el país. Muchos de estos consistorios han vivido de la inercia de los gobiernos a los que han relevado y han puesto su atención en la adopción de medidas sectarias. Poco más puede esperarse de gobiernos formados por personas que en su experiencia vital atesoran cualidades de tal valía como asaltar una capilla, hacer chistes antisemitas, mearse en la Gran Vía de Murcia, o vivir de los 'movimientos sociales', que en muchos casos no son más que meros espasmos o estertores subvencionados, eso sí, por la casta.

Parece mentira que aún haya a quienes les sorprendan las cabalgatas tribales con los reyes magos enfundados en batas de guatiné, los títeres en los que se violan monjas y se ahorcan jueces o el Padre Nuestro en el que una tipa se dedica en el ayuntamiento de Barcelona a 'santificar el coño' y a clamar contra los 'hijos de puta'. Yo pensaba que el feminismo y la igualdad se ocupaban de trabajar para lograr la igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres, no de acudir a actos institucionales a hacer performances puerilmente transgresoras, para quedar ante el público como una feminista conceptual al servicio del 'prucés' Yo no tengo problema en que cada cual cree, piense, escriba o interprete lo que le dé la gana, pero no bajo la tutela de una Administración que debe velar por garantizar que los fondos públicos no se utilizan para ofender deliberadamente a una parte de sus ciudadanos ni a promover unas posturas sobre otras, sean las que sean. Y eso nada tiene que ver con ser católico, judío, ortodoxo o ateo.

Los Ayuntamientos que, gracias al PSOE, ahora ocupan los de Podemos bajo sus distintas marcas blancas (Ahora, En Común, En Comandita, En Pandi Roja?) no tienen como propósito acabar con esa pobreza que, según ellos, nos situaba poco menos que al nivel de Somalia. No, el objetivo es bien distinto. Consiste en destruir el sistema actual y establecer otro, en el que por derecho propio ellos ocuparán siempre la cúspide para guiarnos y someternos a los demás, y en el que todo el que no sea como ellos será un ciudadano de segunda. Incluidos los socialistas, ojo, porque si a alguien están humillando con especial ahínco estas semanas es a ellos, que parecen estar encantados de que estos adanes de extrema izquierda los maltraten con tal de ser copartícipes del desastre que se nos viene encima. Pero ese es otro cantar.

Se trata, en definitiva, de anular a una parte de la ciudadanía, de ridiculizar sus creencias y valores, de sustituir incluso la educación que los padres eligen para sus hijos por la que determine el concejal okupa de turno. Porque quienes no pensamos como ellos, sencillamente, somos incultos, gañanes, fascistas retrógrados que no tenemos ni idea de nada porque no hemos echado los dientes en los templos de sapiencia occidentales que son las facultades de ciencia política (algún día, alguien tendrá que estudiar la contribución de esos departamentos universitarios a la idiocia y suicidio colectivos de España). Tampoco entendemos el progreso que supone estar financiados por narcoestados sudamericanos que están deseando desembarcar ideológica, y quién sabe si algo más, en nuestro gobierno.

No buscan la regeneración, buscan la revolución y la revancha. Buscan anular la existencia de media España, vaciar los espacios públicos de referencias a Muñoz Seca, Mihura o Calvo Sotelo y llenarlos con títeres filoterroristas o desfiles del año nuevo chino. Quieren ser ellos, y sólo ellos, los que decidan quién es demócrata y tiene derecho a opinar y expresarse y quiénes servimos únicamente para trabajar y pagar impuestos que sostengan sus delirios totalitarios y sus políticas asistencialistas que permitan mantener callado a ese lumpen, que diría Pablo Iglesias, en el que se apoyan. Y lo pueden conseguir, porque entre la derecha mortecina, entretenida en cavar su propia fosa, y la izquierda socialdemócrata, inmersa en una bipolaridad sin precedentes, el camino está despejado.

Van a por todas y, para nuestro mal, les puede salir bien.